He cotizado apenas 705 semanas y voy a cumplir 50 años

He cotizado apenas 705 semanas y he trabajado apenas 13, 71 años porque la mayor parte del tiempo transcurrido durante mi vida lo he pasado sin hacer más o menos nada.

Empecé a «trabajar» a los 32 años y en mis temporadas de «trabajo» es más prolongado el tiempo de descanso porque trabajar siempre ha sido apenas un hermoso pretexto para salir a la calle, cambiarme de ropa y hablar con la gente.

Para pensionarme me faltan 595 semanas, es decir, 11, 57 años de trabajo que en tiempo real son más o menos quince o veinte años más de «trabajo» real, es decir, cuando tenga más o menos 65  o 70 años.

¿Qué es lo más gracioso del asunto?:

Para los jóvenes, gente trabajadora entre 18 y 35 años, el panorama es todavía más negro que el mío. Negro intenso.

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Hay gente que nace pensando en la pensión. Yo nací pensando en pasar el tiempo de la forma más divertida posible y después de casi cincuenta años bien vividos sólo puedo decir que me he cumplido a lo Goethe. Mis promesas de cuando era niña se han cumplido a lo largo de la vida.

¿Cuáles fueron mis promesas de cuando era niña?

Burlarme del prójimo sin que el prójimo lo note

Vivir sin saber qué día es hoy

*hoy, por ejemplo, estaba segura de que era jueves

Despertarme a las ocho, preguntarme qué hay para hacer hoy y responderme con entusiasmo: ¡Nada!

 

Juanpis González y el humor inteligente

No veo televisión, no oigo radio, no leo periódicos, no uso redes sociales, no hablo con vecinos, tengo muy pocos amigos para hablar del mundo de la farándula y sin embargo sé quién es Juanpis González, el personaje creado por el humorista colombiano llamado Alejandro Riaño.

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Vivo con la sensación de que el público del humor colombiano es todavía más lamentable que nuestros llamados humoristas y, sin embargo, Alejandro Riaño me divierte y me hace reír porque me recuerda a dos amigos gomelos bogotanísimos que se visten igual,  se mueven igual, llevan las gafas igual, miran el teléfono igual, hablan igual… son como Juanpis y lo deben odiar porque los imita a la perfección.

He pensado seriamente en ir a ver uno de sus shows en vivo para ver mejor la reacción del público. Me gustaría saber si los gomelos van a verlo y si van cómo reaccionan ante su clon.

El humor colombiano es un desastre mucho peor que la literatura y el periodismo colombiano juntos; siempre he vivido con la sensación de que los humoristas colombianos son personas varadas que se iniciaron en Sábados Felices, gente que no ha terminado la Educación Básica, no ha leído más de dos libros a lo largo de su vida y que, por supuesto, tienen pésimo sentido del humor pero necesitan vivir de algo y se inventan un «show» en el que predominan el prejuicio y las malas palabras dichas de forma gratuita. Chiste fácil para público fácil. Risa estúpida ante chiste fácil.

En Colombia le llaman humor a lo que hacen Daniel Samper Ospina y Carolina Sanín en Youtube. Con esos dos ejemplos podemos ilustrar la dimensión del desastre. Ellos son los intelectuales chistosos, no puedo llegar a imaginarme a los humoristas sin educación y sin mundo. 

Para hacer humor se precisa de inteligencia y por eso nuestro gran humorista es Fernando Vallejo, el colombiano ilustre con el don de la palabra, la honestidad, la cultura, la sensibilidad, la atención cuando camina y mira -la mirada espontánea-  y la sencillez dignas del verdadero humorista.

El humor es inteligente, reflexivo, arriesgado y honesto o no es humor. Eso lo debemos tener claro.

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Soy una persona obsesiva y si algo me llama la atención trato de ver qué hay detrás de eso que me cautiva. Llevo tres días viendo videos de Juanpis y la experiencia ha sido reveladora porque me ha enseñado a entender mejor la naturaleza de los colombianos, no solo de los gomelos sino de cómo tanta gente imita a los gomelos especialmente en las universidades. Desde mis tiempos de estudiante a mis tiempos de profesora y de caminante me ha molestado mucho el eterno marica y huevón que interfiere de manera persistente en las conversaciones de los estudiantes. Se trata de un marica y un huevón pronunciado muy al estilo Juanpis y la pregunta seria es ¿Por qué? ¿Por qué son los estudiantes universitarios los que imponen el estilo «gomelo»? ¿Por qué hablan de una forma en la universidad y de otra forma en su barrio o en familia? ¿Por qué los gomelos más auténticos llegan a la vejez diciendo marica y huevón?

 

Un piropo

Profe Elsy, tú eres tan cruda y tus palabras tan sinceras, que definitivamente tu silencio lo acepto con agrado.

A propósito de:

Hazme un favor: ¡No me regales tu libro!

Soy gente de pocos amigos y de los pocos amigos que tengo el 98% son o quieren ser escritores. Publican libros y quieren que yo los lea sollozando de alegría y de asombro ante la Palabra hecha Verso o ante el Sentimiento hecho Poema, pero como soy tan exigente casi todos me parecen pésimos. Un absoluto bollo de mierda.

A veces tengo ganas de vomitar cuando leo los libros de mis amigos, ellos sospechan mis náuseas y se acaba la amistad porque mi silencio parece más aterrador que la crítica más implacable.

¿Cuántas amistades se habrán esfumado ya por culpa de un libro malo?,

¿Cuántos malos amigos he perdido ya por guardar silencio ante un libro hediondo?,

¿Cuántas personas se habrán ido desconsoladas porque me piden una lamida de culo para la contracarátula de su libro malo y no se imaginan un no de parte mía?

Seis o siete o quizá más.

Mis amigos insisten en ser escritores y creen que yo seré su crítica, parecen olvidar que soy una crítica implacable, que casi nada me gusta y que no doy abrazos gratis ni palmaditas en la espalda. Ellos esperan entusiasmados que yo diga que sus libros son Grandes Obras de Arte y siempre se estrellan contra un muro ante mi silencio aterrador.

Las personas de mi entorno me aprecian y no pueden disimular la emoción cuando me ven

Las personas de mi entorno me aprecian

Mi presencia le da valor a su vida

Doy valor por existir y eso me sale muy barato

Casi gratis y sin necesidad de hacer ningún esfuerzo

Eso es lo que la gente me quiere agradecer

Es imposible no verlo porque no pueden disimular

No tengo nada de qué preocuparme

Porque ellos se preocupan por mí

Todo lo que doy regresa en forma de risa sarcástica

Sé dónde estoy y planeo fríamente el siguiente paso

Y sé exactamente de dónde vengo y para dónde voy

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Las muertes chiquitas

El libro de Margarita Posada no es una novela y tampoco es otro libro de autosuperación, no es una obra de arte ni un texto periodístico sino el testimonio desgarrador de una mujer que sin duda lloró mucho mientras lo escribió y describe el dolor de forma honesta; uno sufre con la historia y  no es la historia de un personaje sino la de una persona, una mujer valiente que se atreve a narrar la suma de errores a lo largo de una vida desperdiciada, una vida de apariencia, superficialidad, consumo, vanidad, vivir de la opinión ajena y mucha banalidad.

Margarita Posada es la hija predilecta del capitalismo salvaje y no siente vergüenza al admitirlo, más bien reconoce que lo descubrió un poco tarde.

¿Cuántas mujeres morirán sin saber que también son producto de las estrategias más infames del marketing que se lo traga todo, que lo devora todo, que las convierte en muñecas de carne que caminan por las calles como si se tratara de pasarelas? ¿Por qué las mujeres son las más castigadas en este tiempo en el que todos nos hemos convertido en mercancía de buena o regular calidad? ¿Por qué el falso feminismo de redes sociales, el de todas y todes, el de las amigues que quieren dejar de ser sometidas por los «manes» pero siguen mendigando amor y buscando marido en esas mismas redes sin la menor muestra de recato o dignidad mejor conocida como amor propio son las más afectadas por las enfermedades mentales? ¿Por qué el emprendimiento que más bien es la última opción ante la crisis laboral y el aumento desmedido de la pobreza se ensaña más contra las mujeres?  ¿Por qué los hombres están soportando mejor estos tiempos tan confusos y dolorosos?

Las muertes chiquitas no es otro objeto para vender, consumir y tirar como los libros-basura-engaño de Amalia Andrade, es mucho más que una sucia y vil estrategia de marketing para emocionar al público como los emociona ver a la última estrella fugaz de Yo me llamo. Es un libro que vale la pena leer porque se convierte en un excelente ejercicio de introspección que nos permite valorar la propia salud mental y la de las personas de nuestro entorno. No es un libro sobre la depresión, en un libro sobre un tipo de depresión, sobre la enfermedad que aqueja a millones de personas en el mundo en este comienzo de siglo tan confuso que probablemente nos seguirá sacudiendo año tras año de forma más violenta a través del dolor propio y del dolor ajeno.

Todos conocemos personas con esta enfermedad que se está convirtiendo en epidemia y leyendo este libro supe que no hay una sola forma de ser depresivo y que probablemente los psicólogos y los psiquiatras están tan confundidos como los sociólogos y los profesores. Este tiempo devoró también a los filósofos, es imposible sentarse a pensar porque para pensar se necesita tiempo lento y mucha meditación sobre lo pensado.

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Los jóvenes de mi generación fracasaron y se quemaron

Cuando tenía quince años vivía como si tuviera ocho y cuando tenía treinta vivía como si tuviera quince y ese vivir tan lento y esas décadas sin deseos de hacer nada, ni siquiera  saber sobre la vida de los famosos de mi bello país se ha constituido en una ventaja porque la gente de mi generación y otros mucho más jóvenes que yo se quemaron antes de cumplir cuarenta años porque estaban convencidos de que el trabajo duro es la fuente de toda riqueza y  los contactos, la risa falsa y la cara bonita los iba a llevar hacia el estrellato y no los llevó, se estrellaron.

Ahora son viejos cansados porque antes de cumplir treinta años se lanzaron a la vida de cabeza y la devoraron convencidos de que eran niños prodigio y no lo eran, por supuesto. Era gente que veía mucha televisión, lo que llaman ahora series, vieron muchas series gringas estos hijos del lugar más abandonado del tercer mundo, un país lejano y olvidado en el que reinan las castas de los elegidos que nacieron en Bogotá  o llegaron a Bogotá para aprender a ser como de Bogotá -el pueblo más grande de Colombia- y se educaron en los «mejores» colegios y en las «mejores» universidades.

Bogotá no es ninguna Gran Capital y nuestra Educación es bastante regular pero la «elite» gobierna y hace «arte» convencida de que lo hace muy bien. Da un poco de risa pensar en cómo nos ven desde el exterior o si nos ven. Aquí siguen reinando los Elegidos convencidos de que se parecen un poco o tal vez mucho a los europeos cuando en realidad copian de manera grotesca el modelo gringo y eso los hace ver bastante ridículos.

Estoy leyendo el libro de Margarita Posada titulado Las muertes chiquitas y estando a punto de terminarlo sólo puedo pensar que su vida es una vida equivocada, como la de tantas personas «brillantes» de mi generación, «promesas» que se tomaron en serio la idea de que iban a ser  ricos, famosos e influyentes porque vieron mucha televisión y creyeron en la pauta publicitaria, se la tragaron sin digerirla, eran jóvenes bien preparados que iban por la de oro.

Toda esa gente horrorosa es ahora gente vieja y quemada a los cuarenta o cincuenta años, es gente fracasada, enferma, deprimida y desesperada; después de saborear el fracaso y el cansancio devinieron y devenirán en profetas de tercera o en escritores de horrorosos libros de autosuperación en los que con pésima prosa nos confiesan o nos confesarán con detalle su larga cadena de errores y equivocaciones. Pensemos en  Adolfo Zableh, Antonio García Ángel, Carolina Sanín, Margarita Posada y hasta en la pequeña Catalina Ruiz-Navarro. Estos jóvenes inocentes nacidos entre 1965 y 1975 se tragaron los mensajes publicitarios sin masticarlos y ahora sólo pueden escribir libros sobre el fracaso y sobre la depresión.

El panorama de las Letras Colombianas no puede ser más desolador.