Un final apoteósico

A lo largo de estas líneas me he complacido en citarme varias veces a mí mismo. Sé que a mucha gente le resultará chocante. A nadie le chocaría —y ni siquiera habría parecido útil labrarme esa mala fama— que me hubiese resultado, como a otros, imposible seguir citando en la actualidad lo que había pensado anteriormente. Para reavivar los remordimientos de quienes no comprendieron en el momento preciso, añadiré que lo más admirable de la cita que acabo de evocar reside en la terrible verdad de esta frase: «el centro mismo del mundo existente».

Este éxito es lo que explica la emoción, a veces excesiva, que durante tanto tiempo ha acompañado a La sociedad del espectáculo. Un libro capaz de responder simultáneamente «esos dos requisitos» me parece, en lo esencial, desprovisto de defectos. Quienes hayan encontrado inaceptable este libro se habrán equivocado. Y siendo yo como era, no veo de qué otro modo podría haber dado prueba de mejores habilidades.

Como cuando tenía 16 años

Durante diez o quince años de mi lejana juventud fui un caso perdido para la sociedad porque no quería estudiar ni trabajar, no me gustaba comer helados, salir de paseo ni irme de fiesta con la gente de mi edad, no quería usar ropa rota, hacerme un tatuaje, una perforación o una expansión. Pasé muchas horas muertas y esas horas muertas me recordaban el aburrimiento de Flaubert porque no sé de nadie que se haya aburrido tanto con el paso de las horas como él pero tampoco sé de nadie que haya estado tan convencido de que la solución no era ni será nunca hacer lo que hace la mayoría de la gente que no es capaz de asumir el tiempo, de mirarlo cara a cara sin terminar loco, deprimido o muerto en la cama después de haberse dado un tiro en la cabeza un domingo a las cinco de la tarde. El tiempo hay que asumirlo en vez de matarlo haciendo lo que hace la mayor parte de la gente: trabajar, estudiar, lavar el carro, ver televisión con la esposa, soportar los gritos de los hijos, ir de paseo con la suegra, conversar con los vecinos, enseñar a bailar a la mascota, darle de comer a los pobres y consolar a los inmigrantes que se paran en la entrada de los centros comerciales.

Siempre he admirado a la gente desesperada que no hace nada para acabar con su desesperación y que analiza esa desesperación como si se tratara del más preciado objeto de estudio porque no hay nada más sutil que el autoanálisis.

Desde enero de este año tomé la decisión de no volver a trabajar para comprar ropa porque para eso era que trabajaba. Mientras trabajaba mataba el tiempo y tenía la respuesta cuando me preguntaban qué hacía con el tiempo. Ha vuelto a aparecer la sensación incómoda de cuando tenía 15 o 24 años. Leo con la misma atención de cuando tenía esas edades y la atención y el tiempo de sobra hacen que sea mucho más reflexiva y dramática, que empiece a sentir como si tuviera la cabeza más grande, una cabeza como me imagino la de Virginia Woolf, que también estaba obsesionada con el tiempo como Flaubert, le gustaba la idea de estar encerrada todo el día escribiendo sin que nadie la interrumpiera y además estaba loca.

La sensación de no hacer nada cuando el mandato es estar muy ocupado es agradable pero también es pesada porque después de cierto tiempo aparecen los consejeros que lamentan que pierda el tiempo y me empeñe en seguir siendo un talento desperdiciado (esta semana dos personas me han sugerido que me embarque en un proyecto de investigación). ¿Un proyecto de investigación? Parece un chiste hablar de investigación en estos tiempos y más en un país como Colombia donde la gente investiga sobre temas que no le interesan y además ¿Quién lee trabajos de investigación? A mí no me interesa leer los resultados de las investigaciones de nadie. Entre una investigación y un ensayo prefiero mil veces un ensayo y ya escribí veinte sobre los temas que me interesan y eso fue hace veinte años, precisamente.

Simplemente quise hacer lo que más me gustaba

“Conozco  muy bien mi época. No trabajar jamás exige mucho talento y es una suerte que yo lo haya tenido. No me habría hecho ninguna falta, y desde luego no lo habría empleado con el objetivo de acumular excedentes, si hubiese sido rico de nacimiento (…) Mi visión personal del mundo no excusaba esa clase de prácticas en torno al dinero salvo para conservar mi total independencia y sin comprometerme a nada a cambio. (…) Mi rechazo al “trabajo” quizá haya sido incomprendido y mal visto. Desde luego no pretendí embellecer esa actitud por medio de ninguna justificación ética. Simplemente quise hace lo que más me gustaba. De hecho a lo largo de mi vida he tratado de disfrutar de un buen número de situaciones poéticas y también satisfacer algunos vicios anexos pero importantes. El poder no figuraba entre ellos. Amo la libertad, pero el dinero, desde luego, no. Como dijo aquel: “El dinero no es un deseo de infancia”.

Guy Debord

El resentimiendo de Luciana Cadahia porque Alejandro Gaviria quiere ser presidente

Luciana Cadahia es una profesora argentina que vino a salvar a Colombia. Lleva como cinco años haciendo ruido y ahora está empeñada en hacernos creer que Petro es Nuestro Único Salvador. En las Elecciones pasadas se hizo echar de la Javeriana por hacer política desde las aulas y ahora está empeñada en enlodar a Gaviria porque se le atravesó a Petro.

Con ustedes, otra intelectual de teclado:

«En twitter no puedo salir del armario, pero acá sí. Alejandro Gaviria es un intelectual de supermercado. Mezcla tres o cuatro teorías chimbas, pasadas de moda, y las hace sonar rimbombantes para que la gente se sienta inteligente sin hacer el trabajo que exige todo ejercicio de la inteligencia, a saber: detenerse en la cosa y esperar a que nos hable. Es un pastiche new age de mal gusto. Se cree cool, se cree transgresor, se cree fresco e innovador. Pero tengo una mala noticia, todo eso que anhela ser Gaviria lo es Petro. ¿Y saben por que? Porque en Petro hay dandysmo plebeyo, trabajo de la inteligencia y amor por el pueblo. En Gaviria hay arribismo, complejo sudaca y una aspiración desmedida a «pasar a la historia» a como dé lugar. Él expresa, a fin de cuentas, el drama histórico de nuestras clases medias sudacas y arribistas.  Solamente gente de la chatura intelectual de Melba Escobar puede decir que Gaviria es el primer candidato de la historia de América Latina que cambiará las cosas de verdad en nuestro continente. Estas ideas rimbombantes, también de intelectual de supermercado, demuestra que Melba  ignora la historia de nuestra región desde un cinismo facilón y empobrecedor. Es triste, es lamentable que quieran convertir a Gaviria en lo que no es.  Es un escritor mediocre que vende malos libros para gente acomplejada. Es un economista astuto que sabrá sostener las desigualdades estructurales, los privilegios de siempre sin convertir a Colombia en un matadero. Creo que si gana será un Santos, algo mucho mejor que el uribismo, pero igualmente injusto en términos estructurales.A fin de cuentas estamos ante un pobre tipo que, como todos, busca algún tipo de redención en la historia. Solo que, en su caso, optó por el camino que le da la espalda al pueblo y besa los pies del «Amo».