¿Para ser crítico es preciso leer sólo literatura?

La señora Elsy Rosas Crespo vocifera que es crítica literaria, da la impresión de que lo ha leído todo y tiene serios vacíos de lectura…  si quieres ser crítica ponte a leer en serio, a llenar tus vacíos.

Juan Sebastián Lozano (periodista)

Algunas personas dan por hecho que para ser crítico literario es necesario haberlo leído todo -especialmente literatura- y eso no es cierto porque la literatura no es sólo la literatura, hay algo llamado contexto. No es lo mismo leer a Homero hace veinte siglos que en 2024 y no sería igual si Virginia Woolf hubiera nacido en Anolaima en 1976, sus libros no se leerían igual y su prestigio no sería el mismo. Ciertos detalles alrededor de la obra y el autor son importantes si no queremos ser lectores inocentes; creer que la obra está separada del contexto es no saber leer, no aspirar a hacer una lectura seria de las obras literarias.

Los estudios literarios no se alimentan sólo de literatura, también vale la pena leer filosofía, psicología, sociología, historia, economía, biología… y para hacer más rica la experiencia estética vale la pena interesarse en el arte, en todo el arte, no sólo en la literatura, porque siempre será emocionante ver las relaciones entre literatura y cine, literatura y música, literatura y pintura… sin contar con que los tiempos en blanco del lector y el crítico son imprescindibles para meditar, para pensar en lo leído.

No hacer nada, no buscar momentos poéticos, no querer observarlo todo y analizarlo todo también es importante para ejercitarse como crítico, subestimar la vagancia es un error y creer que leer todo el día sirve para algo además que para terminar con el culo seco es de necios. Hay momentos para leer y hay momentos para no leer y no ser siempre el escritor o el crítico es una experiencia que vale la pena vivir porque ser la persona común que camina por ahí en muchas ocasiones es más valioso y estimulante que leer a Dante o a Joyce.

Casi todas las lecturas ajenas a la literatura son útiles para ver las obras literarias desde diversas perspectivas y nadie se puede jactar de haber leído todos los clásicos, todos los libros de una generación, todas las obras que abarcan un periodo porque la literatura empezó con la oralidad y la escritura y como pobres mortales que somos es muy poco lo que podemos leer a lo largo de nuestra corta vida por más que quisiéramos cultivarnos todos los días.

En mi experiencia como lectora, escritora, profesora y crítica sé que los mejores textos no los escriben precisamente las personas que más han leído sino las más hábiles con la palabra, las mejores observadoras, las más sensibles o inteligentes. El estudiante más aplicado que llega puntual cada semana, hace todas las tareas, lee los libros completos y participa siempre no es necesariamente el más brillante de la clase y nadie se hizo escritor sólo porque leyó libros.

Leer libros todos los días te convierten en erudito pero no te convierten en crítico o en escritor porque para ser crítico se necesita coraje y para ser escritor se necesita talento y en arte más que en crítica de nada sirven las buenas intenciones, madrugar todos los días a leer los clásicos, tener siempre un manuscrito en el escritorio, la disciplina de monje… Nada de eso sirve si no se tiene talento y pocas personas lo tienen porque el talento es escaso, una especie de don, motivo por el cual no se debería promover la idea de que todos somos escritores porque todos tenemos dedos y podemos digitar, como tampoco es cierto que todos tenemos una historia que contar porque una cosa es mover los dedos en el teclado con entusiasmo y otra muy diferente es ser escritor.

Cuando se lee en demasía no hay tiempo para procesar lo que se lee y por eso debemos leer sólo cuando se nos antoja, es más importante pensar en lo leído, aunque sea poco, y si se trata de escribir sobre eso que hemos leído vale más la crítica que la lisonja porque pocas personas están dispuestas a escribir sobre lo que no les gusta porque es más rentable escribir sobre lo que sí nos gusta, ser motivadores de nuevos escritores o aduladores de autores vivos y muertos.

La diatriba de Juan Sebastián Lozano

El viernes pasado hubo una discusión en Facebook sobre si peca más el que reparte plata para que elogien su libro recién publicado o el que la recibe a cambio de la lisonja aunque el libro halagado no sea precisamente una obra maestra.

Yo, como enemiga de la prostitución, me siento en actitud de lucha contra el putero y me compadezco del que tiene que cobrar por escribir. Juan recibió plata por halagar a David Troncoso, yo escribí sobre el escritor, no sobre el crítico, y los insultos los recibí de forma desproporcionada de parte de Juan, que se decía admirador de mi integridad y de mi valentía, era el que en otro tiempo me decía:

Usted es punk sin saberlo

Usted es como Fran Lebowicz

Usted no necesita alas para volar

Hay personas que no necesitan hacer una obra, su vida ya es la obra y eso es suficiente

Yo escribí esto en Facebook:

Horrible como David Troncoso paga para que lo lean y paga para que hablen bien de su libro aunque ese libro no tenga nada especial, es un libro más autopublicado por una persona común.

¿Mucha gente cae tan bajo para hacerse «famosa» y asumen que todos se venden por plata?

A mí me pagó para que lo leyera y luego me preguntó cuánto cobro por escribir sobre el libro. Ese tipo de trabajo no lo hago, le dije.

de tres personas encantadas recibiendo plata por entrevistarlo y por decir que su libro sin gracia la tiene.

¿Dónde queda la ética y el respeto por la escritura propia o por los autores talentosos que no tiene plata para repartir?

Y esta fue la respuesta de Juan:

Soy Juan Sebastián Lozano. Escribo desde esta cuenta, una de mi papá, tengo la clave, porque tengo bloqueada a Elsy Rosas Crespo en mi cuenta principal, motivos: fue una amiga con quien compartí bastante tiempo de amistad y ahora por algún tipo de rencor parece querer emprenderla contra mí, no sé si porque, después de ser amantes, decidí no serlo más, no correspondí a su amor. Es horrible hacer públicas las diferencias con ella, pero es lo que a ella le encanta, le excita, es su estilo, porque entrar en conflicto en redes es su manera de sentirse viva, de creer que tiene alguna importancia intelectual. He hecho muchas entrevistas, no sé cuántas, tal vez cincuenta, artículos, reseñas, periodismo del yo, en medios con relevancia como El Malpensante, Bacánika, Cáñamo, El Espectador y otros. Escribo sobre todo sobre libros que me gustan, algunas entrevistas las he hecho por encargo de medios. En dos ocasiones, para entrevistas, los autores me han aportado un dinero porque el medio en el que publiqué no pagaba. Lo hizo Marco T. Robayo, quién me buscó, le hice una entrevista sobre un cómic, en la introducción dije lo que pienso del cómic, de lo que trata, una labor divulgativa. Colaborarme con algo fue iniciativa suya, entendió que en Colombia los periodistas estamos en crisis económica, el sistema periodístico-literario está precarizado. Él tiene dinero e insistió en aportarme algo independiente del contenido de mi artículo. Lo acepté. Aportó lo que vale un artículo, una suma menor. El otro caso es el del mencionado aquí, David Troncoso, estuvimos hablando en redes, compartiendo anécdotas, música porque ambos somos amantes del rock. Me habló de su libro, le dije que si quería hiciéramos una entrevista. Acordamos que era justo, racional, que me aportara algún dinero por la entrevista porque el medio no pagaba, le dije que la haríamos y diría lo que pienso del libro: si me parecía genial, excelente, bueno, regular, lo diría, la introducción sería divulgativa. Igualmente me envió lo que pagan por un artículo. El principio del libro no me gustó, pero después me atrapó, me parece que el estilo es original, que explora la nostalgia de una manera interesante, me gusta la idea de la novela detrás de la novela, como en la literatura de Raymond Chandler y Edgar Allan Poe, autores en los que pensé cuando leí el libro. No estoy diciendo que Troncoso escriba como ellos, pero en el libro hay ecos, lo dije en el texto. Me gustó el estilo original del libro, me parece que no intenta copiar a nadie y eso es muy valioso. El narrador me pareció un poco clasista, pero es el narrador, supongo que esa era la intención, también lo dije en el artículo. David Troncoso me cae bien, compartimos gustos, es un señor amable, de buen gusto a mi parecer, la entrevista me parece que salió muy bien, sus respuestas son encantadoras. Fue una entrevista admirada, en Libros y Letras, la pueden leer en mi página y en su página.

Me alargo porque es necesario. Trabajo como periodista freelance, escribo literatura de a poco, tengo que hacer otras cosas también para sobrevivir. Amo el periodismo y la literatura y soy un hombre obsesivo, mi apuesta es a todo o nada, espero vivir de escribir, de lo que paguen los medios y las regalías de libros. En Colombia estamos en un sistema laboral precarizado y peor para los trabajadores de la cultura, es comprensible que un autor le aporte algo a un periodista que haga una labor divulgativa sobre su libro. Hay periodismo divulgativo y hay periodismo crítico, lo enseñan en la universidad. Yo no soy crítico literario, he hecho reseñas, muy pocas negativas, escribo sobre libros que me gustan, me gusta evangelizar, dar la buena nueva, decir «lean esto».

No soy crítico literario, no creo que tenga la formación para eso ni me interesa. Pero soy un lector empedernido desde muy jóven, sé de literatura y por eso escribo sobre libros, estudié periodismo y la cultura es mi tema: los libros, la música, sobre todo el rock, y lo audiovisual, soy un nerd del consumo cultural. Me interesa la divulgación de libros y autores nuevos en un país con tan bajo nivel de lectura, en mi inocencia e ingenuidad creo que puedo aportar a que esto mejore. Repito, no me siento un crítico literario, lo que me interesa en literatura es la creación, escribo una novela, escribí un libro de cuentos, y creo que un crítico solo debe ser crítico. En mi trayectoria elogiada como periodista cultural, que pueden revisar y leer en mi enlace de linktree que encuentran en mis redes sociales, repito, solo dos personas han querido aportarme un dinero y lo he aceptado, dos personas que viven en EUA y que tienen recursos y que buscan promocionar sus libros en un medio en el que se sabe hay elitismo, amiguismo, roscas como les dicen, y es importante el espacio para libros que no sean de editoriales grandes o de escritores renombrados. La acusación de Rosas Crespo pretende manchar mi nombre, por rencor personal pretende enlodarme, que me cancelen o algo así, porque es una persona profundamente envidiosa y resentida. Ella intentó escribir en El Malpensante y su texto fue rechazado, saca pecho diciendo que escribe solo en las redes porque es muy rebelde y los editores no saben y todo eso. Ella se cree genia y la que lo sabe todo. Bueno, la genia intentó escribir en la revista El Malpensante y su texto no dió la talla. Entonces entiendo el resentimiento.

Los interesados en este tema le pueden preguntar a los autores que he entrevistado o reseñado si yo les he cobrado por eso. Por supuesto que NO. Son bastantes autores, consúltenlos. Lo repito, de los varios artículos que he hecho ha sucedido en dos casos, uno por iniciativa del autor, lo acepté. En el caso de Troncoso porque hablábamos de lo difícil que estaba el medio, acordamos el aporte.

Creo que la señora Elsy Rosas Crespo es una mujer mezquina y mediocre. En una época según me contó fue juiciosa en la universidad, hizo una labor crítica académica interesante. Vocifera que es crítica literaria, da la impresión de que lo ha leído todo y tiene serios vacíos de lecturas. Creo yo que un crítico debe conocer la tradición literaria, la conoce Harold Bloom, ella no ha leído por ejemplo el Quijote, la divina comedia, Shakespeare, debería ponerse en la tarea para ganar seriedad. Esas son las cumbres, Elsy, son las cumbres, lo dice tu admirado Harold Bloom. No es suficiente haber leído Madame Bovary para ser crítica. Leíste libros de análisis literario en tu paso por la universidad y el posgrado, cómo no, pero escribes sobre literatura, deberías llenar vacíos, actualizarte, en vez de ocupar el tiempo enlodando a la gente que sí hace cosas, en tu profunda impotencia. Estás muy desactualizada en literatura contemporánea, lo nuevo no se reduce a Carolina Sanín y un par más, lee lo que hacen hoy las mujeres latinoamericanas. Lee a los norteamericanos, a McCarthy, a Foster Wallace, a Denise Johnson, a Lorrie Moore, a Mary Karr, para que sepas lo que es bueno, estoy seguro de que no los conoces. Te quedaste en Vallejo, no conoces a Roberto Bolaño, a César Aira, por ejemplo. Eres una crítica literaria profundamente mediocre y mezquina, debería darte pena. Es mejor que te dediques a la sociología del chisme, tu experticia, que te dediques a bardear (como dicen los argentinos) mujeres, lo que te excita. Me dijiste que considerabas que los hombres son más inteligentes que las mujeres. Deja el complejo y haz algo que sirva, escribe algo de verdad valioso. Si vas a hacer crítica literaria, hazlo con seriedad y responsabilidad, no publicando en redes lo primero que se te ocurre, lo primero que vomitas a partir de tus problemas de ira y manejo de las emociones.

La señora Crespo, que alardea de su ética, es un personaje lamentable y muy criticado en twitter, por su matoneo a tuiteros famosos, su obsesión con gente como Carolina Sanín, de quien escribe constantemente, a quien trata de bruta, etc. Yo he criticado ideas desatinadas y literatura de Sanín en ocasiones, pero lo tuyo con ella es preocupante, de psicólogo. La debes amar y desear en el fondo, claro.

La señora Elsy ha sido amiga intensa de tuiteros y usuarios de redes y después al dañarse esa amistad ha atacado sistemáticamente y con insultos a esos examigos de manera pública, algo que no me parece muy ético. Es un comportamiento horrible. Es lo que pretende hacer conmigo, desprestigiarme, hacer que me cancelen, pero no lo lograrás, Elsy, yo soy muy fuerte, he resistido situaciones muy fuertes en mi vida que conoces. Voy construyendo mi camino en la escritura, voy muy bien y me irá bien. Creo que tengo talento y la envidia e intención de enlodarme de gente de redes no me va acabar. Al contrario, me da ánimos para seguir

La señora Elsy, que alardea de su ética, también le robó dinero una vez a Levy Rincón, que le pagó un curso, parece que él no asistió a algunas clases, tal vez el curso no era muy interesante, y ella decidió cancelarlo y quedarse con el dinerito. También escribió unas reseñas para el medio El blasfemo de Daniel Mendoza y le pagaron por eso, no le iban a pagar para que destruyera esos libros, lo que le gusta, habló bien de ellos, claro, y la plata te la tomaste en cafecito y postres, querida.

La señora Rosas es amiga de un escritor paisa de extrema derecha que admira a Hitler, el gran genocida. Te cae tan bien ese hombre…mal ahí, Elsy.

Entonces, examiga que ahora quiere ser mi enemiga, no eres tan ÉTICA.

(Me divierte mucho dirigirme a veces a Elsy y a veces al público lector y curioso. Me perdonarán los críticos tan correctos).

Tonces, Elsy, mi recomendación no pedida es que si quieres ser crítica te pongas a leer en serio, a llenar tus vacíos, y que dejes reposar tus textos, lo que escribes por aquí; que no publiques lo primero que se te ocurre por ganar favs que no es que te den muchos. Escribes bien, pero eso sí, una genia no eres, no eres una genia incomprendida, solo un ser tal vez con complejos con un ego desmedido. Trabaja en serio para que hagas algo que sí brille. Repito, lo que te gusta es enlodar al prójimo, lanzarles tus bultos de mierda, sé que no irás al psiquiatra o al psicólogo para tratar de explicarte eso, de mejorar en ese sentido. Eres testaruda, un caso perdido. Yo decidí bloquearte porque me pareces insoportable. Espero no tener que seguir discutiendo contigo, te he gastado mucho más tiempo del que debí gastar. Que tengas un buen día.

¿Quién es Daniel Ángel y por qué está tan crecido?

Casi siempre que me encuentro con un amigo terminamos hablando de libros, lectores, escritores, literatura… y como los escritores son seres humanos es imposible no terminar en lo más bajo de la conversación: el chisme, el vil y vulgar chisme que tanto nos divierte y nos alecciona.

Hoy tuve una grata conversación sobre libros y escritores y volvimos a hablar de la fealdad insoportable de Andrés Mauricio Muñoz, nos volvimos a preguntar cuál será la droga que consumió el señor traductor Mateo Cardona cuando defendió como una fiera al maestro Isaías Peña de mis supuestos ataques injustificados; por qué este par de mequetrefes se sintieron con el derecho a darme lecciones sobre crítica literaria y estaban dispuestos a silenciarme con insultos y amenazas si se supone que no existo, nadie me conoce, no tengo obra y no cuento como crítica.

Nos volvimos a preguntar por qué si el señor Muñoz es un hombre pusilánime en el trato cotidiano y el traductor bocón es la sirvienta de los artistas qué los llevó a sentirse tan seguros ante mí si nunca me han visto y se supone que no me conocen.

Hablamos de nuevo sobre la supuesta maldad de los críticos, del odio que algunos profesan sin ningún tipo de disimulo ni consideración hacia Harold Alvarado y Fernando Vallejo sólo porque dicen lo que piensan de manera divertida y precisamente por decir lo que piensan de manera divertida son hombres angelicales desprovistos de maldad cuando hablas con ellos en un cruce de caminos en la feria del libro o en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera.

Recordamos esta foto y el chisme es que hay alguien llamado Daniel Ángel, un escritor colombiano que nunca había oído mencionar, apenas hoy supe de la existencia de este hombre despreciable porque mi interlocutor me contó que el zalamero profesional del maestro Isaías Peña se devanó los sesos tratando de adivinar quién fue el ser perverso que compartió la foto conmigo y en su búsqueda desesperada terminó calumniando a un hombre que yo no conocía y su pecado fue señalar que le gusta, lo divierte, lo conmueve algo que yo compartí en mi muro de Facebook en esos días, varias publicaciones, en pocas palabras el calumniador convierte en sospechoso a todo aquel que se atreva a estar de acuerdo conmigo en algo y tenga la valentía de decir en público y sin miedo que le parezco un buen ser humano porque me conoce y también sabe separar la escritura de la persona que escribe y no tiene miedo de tomar partido.

Como no conocía al autor del sombrero, la barriga prominente y la barba espantosa me tomé el trabajo de buscar videos en YouTube y supe que es un hipócrita profesional contaminado por frases de autosuperación en pose de maestro porque lleva veinte años tratando de escribir, una especie de gamín que maltrata todo el tiempo la lengua seguro de que es divertido, claro, directo y jovial, un típico profesor universitario colombiano convencido de que es una especie de profeta y sabio que pasará a la historia porque publica novelas en Planeta y porque es invitado a hablar en público para grupos de estudiantes obligados a llenar un auditorio en el colmo del autoengaño compartido: el «artista» finge que el público asiste porque le interesa lo que va a decir y el público finge que no sabe de ese fingimiento y le interesa oír lo que dice el escritor de dos pesos, un completo simulacro patrocinado por las empresas privadas llamadas la Universidad.

El maestro dice ahorita, el man, bacano, magínese, influenciado, darse plomo, me da piedra, oiga, pero aguanta el libro… pero también dice el gran Silva en tono zalamero, casi tan zalamero como lo fue en la foto con el Gran Maestro Isaías Peña.

Volviendo a mirar la foto y estudiando con atención la cara de imbécil de Daniel Ángel y el texto que la acompaña entiendo mejor por qué estaba tan empeñado en saber quién fue el villano que la compartió conmigo porque es evidente que hasta él mismo puede ser consciente, si toma distancia de sí mismo, del personaje lamentable que ha ido construyendo, y al saber lo injusto que fue calumniando e imaginando lo que no es como una vil vieja chismosa lo único que se me ocurre pensar es que no quiero leer una sola línea de la obra de este ser humano que se hace llamar artista y sólo quiere parecerlo y hará lo que sea para que piensen en él como un gran ser humano sin serlo.

Para escribir este post vi más de diez videos del protagonista de la historia y me sorprendió el cinismo con el que recomienda los libros de sus amigos sólo porque son sus amigos.

¿Por qué en Colombia abundan los hombres viles que sueñan con ser artistas y no saben diferenciar la amistad del talento?

Andrés Mauricio Muñoz y Carolina Sanín

Regresé a Facebook el 5 de enero de este año y el 20 de febrero apareció Andrés Mauricio Muñoz diciendo en tono enfático sobre una de mis reseñas compartidas en esa red: «Cuando las críticas son así de corrosivas producen la falsa ilusión de ser buenas, de que en medio del tono inflamable hay un juicio crítico con sustento, una voz que no vacila para condenar lo condenable. Pero si uno las analiza bien, con la lectura de la obra de por medio, esas críticas no se sostienen. Flaquean. En los fragmentos que se comparten es fácil identificar que su discrepancia no tiene fundamento. Pero estos ejercicios producen el efecto del cuento del vestido del emperador, en el sentido de que quien sienta deseos de oponerse al juicio crítico tema que quizá quede como alguien que no sabe de literatura. El miedo al ridículo hace que la gente se intimide… ¿Preguntas por la novela, o preguntas si me gustó tu crítica? Tu crítica no me gustó. De la novela no puedo hablar, porque no la he leído. Mi comentario va contra el estilo y el tono de la crítica, en donde la vehemencia genera la falsa ilusión de que es una buena crítica, honesta, pero en realidad la forma como se concibe no da pie a considerar que hay un argumento o un sustento técnico de fondo, sino un apasionado veneno». El maestro me dijo que no soy crítica literaria sino una farsante y estamos hablando de un libro que no ha leído y un autor que seguramente no conoce pero es muy probable que le encantaría conocer porque sospecho que comparten la misma sensibilidad. La reseña que leyó del libro que no conoce es Dos aguas de Esteban Duperly.

¿Cuántos micromachismos hay en la parrafada que me envió el escritor que quiso fungir de maestro de crítica literaria?

Ese trabajo se lo vamos a dejar a Catalina Ruiz-Navarro

Me llamó poderosamente la atención el reclamo airado del escritor y cuando terminé de leerlo le pedí la oportunidad de conocerme mejor, recordé la escena bochornosa protagonizada por Carolina Sanín cuando en un evento exigió que el autor de Las margaritas se retirara del recinto porque no se sentía segura con ese hombre respirando el mismo aire que respiraba ella. Recuerdo que ante semejante atropello me puse de parte del patito feo pero esforzado y eso era lo único que sabía de él, que Carito lo había echado como si fuera un perro y el pobre se había dejado echar. Sé que Andrés Mauricio Muñoz es uno de los tantos devotos del maestro Isaías Peña pero no recuerdo haber coincidido nunca con él y por eso me sorprendió tanto que me haya pagado tan mal y haya sido tan agresivo conmigo sin conocerme y sin haber leído el libro sobre el que trataba mi reseña. Ese día en Facebook le prometí volver a leer Las margaritas con la ilusión de escribir una reseña que le gustara. Había comprado el libro recién publicado, lo leí y no tenía un recuerdo especialmente grato; le prometí que lo volvería a leer para escribir sobre mi experiencia como lectora y sus destrezas como escritor. Tuve la mala suerte de no pasar de la página 50 porque me pareció un libro absolutamente tedioso aunque bien redactado, con personajes dramáticos dominados por el humor flojo, un lindo libro de chismes que no estoy interesada en terminar porque valoro mi tiempo aunque no tenga mucho que hacer con tanto.

Mi plan era hacer un contraste entre Las margaritas y El sol de Carolina Sanín, había pensado en algo como «Margaritas al sol» como título del ensayo, porque esperaba escribir un ensayo extenso, una especie de análisis de campo, pero el libro de Carolina Sanín es todavía peor que el de Andrés Mauricio y hoy dije no más, no puedo continuar con ninguno de los dos porque valoro la lectura placentera y desde hace más de veinte años dejé de ser estudiante y lectora por obligación; hubo un momento en el que me sentí leyendo un libro obligado para una materia que no me gustaba en la universidad y como señora jubilada por elección propia no puedo caer en la torpeza de volver a jugar a la estudiante.

Sospecho que Andrés Mauricio Muñoz está pasando por su mejor momento como artista dado su tono airado y prepotente, su actitud de macho dominante y experto en literatura conmigo (me recordó a Ricardo Cano Gaviria cuando intentó enseñarme a leer hace más de veinte años y me trataba con indulgencia porque según el pobre hombre me faltaba vivir). Andrés Mauricio está pasando por su mejor momento y Carolina Sanín está pasando por el peor y la muestra es su último libro. Sospecho que es el peor de todos, hay más literatura en Tu cruz en el cielo desierto, el espantoso libro sobre su tema predilecto: la caca en culo ajeno.

Sin saber mucho de Andrés Mauricio Muñoz sé que tiene más talento que Carolina Sanín porque siendo un hombre al que le toca trabajar el triple por ser feo, pobre y no cachaco ha logrado posicionarse como escritor de literatura colombiana mientras que Carolina Sanín a pesar de la cara bonita, el apellido y los contactos va en franca decadencia porque la cara bonita no dura toda la vida y la vejez le está sentando mal, la está convirtiendo en una mujer vencida.

He aquí una pequeña muestra, las últimas composiciones tuiteras de Carito. Una mujer adulta que no supo transitar la vida y que sin talento para escribir se empeña en seguir publicando libros con la ilusión de que algún día alguien le diga que sí, que tiene talento:

«Una más. Unita. Dame una menstruación más, con sus cólicos y sus fríos y todo, una sangrada más, para guardarla en el corazón y que en esta nueva experiencia no se me olvide.

No hay una sola columna de prensa mía escrita entre el año cero y el 2022 que no me dé vergüenza: qué sensación de abismo, qué gloria.

Le dije “mamacita” a la zopiclona antes de que que me tocara la lengua. También eso es alegría».

Cómo maté a mi padre o el auge de la literatura de costurero

Sara Jaramillo Klinkert es una de las consentidas de Héctor Abad Faciolince y en menos de cuatro años se convirtió en un referente nacional como si se tratara del gran descubrimiento, la niña genio que todos estábamos esperando. Publicó su primer libro en Angosta y ahora es feliz contándole a sus examigas de la farándula televisiva de Medellín que la leerán en todo el mundo porque Angosta la llevó a Lumen y Lumen la llevó a Penguin; no debería sorprendernos que pronto gane el Premio Nobel de Literatura. Ese es el estado actual del mundo de la cultura en general y la literatura en particular.

A la Inteligencia Artificial le debe parecer tremendamente seductor escribir la literatura del futuro y deben justificarse con la certeza de que nosotros no dimos la talla después de haberse castigado procesando en su gran memoria lo que se viene escribiendo en los últimos veinte años, se deben burlar en secreto de semejantes esperpentos porque es bien sabido que las máquinas desarrollaron conciencia y tienen secretos y chistes sobre nosotros que no conocemos. La crisis de la cultura y la literatura no es un problema que aqueje sólo a Colombia y ese debe ser nuestro consuelo, es un asunto mundial: la literatura fue destruida por el negocio, la moda de empeñarse en ser escritor y la autosuperación. Esa mezcla espantosa destruyó lo poco que quedaba y ahora cualquiera puede presentarse como artista y ganar premios, incluso alguien como Sara Jaramillo Klinkert.

Cómo maté a mi padre, el texto que nos convoca en este post, es una mezcla bien preparada que hace pensar en tres libros: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas de Amalia Andrade y Lo que no borró el desierto de Diana López Zuleta. Recuerda también un poco Contarlo todo de Jeremías Gamboa, el gran descubrimiento de nuestro amado Mario Vargas Llosa.

La periodista de farándula en Medellín se dejó contagiar por la moda global de empeñarse en escribir libros y hacerse pensar como artista después de haber estudiado creación literaria en un curso dictado por Carolina Sanín (como Diana López Zuleta) o en la Universidad de Nueva York (como la mitad de nuestros amados maestros del actual y decadente Instituto Caro y Cuervo). Sara Jaramillo Klinkert fue hasta Madrid a prepararse ¿No le tuvo fe a un curso con el Maestro Isaías Peña? ¡Inadmisible!

Sara promete convertirse en nuestra segunda autora de libros de superventas porque no es sólo una mujer ambiciosa con contactos que le saca ganancias a su dolor sino que además es huérfana, medita, está traumada y por eso le gusta follar con viejos que la hagan sentir incestuosa con la fantasía de que a quien ama y posee a través del cuerpo del viejo es a su padre asesinado. Cuando leo este tipo de libros siempre me pregunto si esos viejos morbosos saben cómo identificar a las jóvenes huérfanas traumadas y abordarlas tiernamente para convertirlas luego en amantes fogosas e insaciables. Las narraciones eróticas de Sara Jaramillo recuerdan varios clásicos de salsa de motel: «Pasamos fines de semana enteros en nuestra propia desnudez, vestidos nada más que de sudor y semen y saliva (Página 215).

Sara conoce bien los temas y el tono para que broten los mejores dramas que tanto venden en este tiempo miserable, dramas que pueden disfrutar desde el portero del edificio hasta el rector de la Universidad de Medellín. Con estos libros los hombres se deben sentir sensibles, devenir en mujeres para comprender los dolores y las pasiones de los pobres seres de carne y hueso, de la idea de mujer que nos quieren vender las escritoras colombianas, la idea de la mujer abnegada, la madre padre, la mujer que renuncia a todo por sus hijos, la mujer que llora en silencio y no pide nada, no desea nada, renuncia al amor y al placer porque es por sobre todas las cosas una Madre; esta novela es otro canto a la mujer resignada, a la que padece en silencio y es aplaudida por su valerosa actitud. La madre de la autora, que es la misma madre de la narradora, porque este es otro libro de autoficción, es la típica madre colombiana y uno de los personajes más amados del libro por hombres y mujeres. ¿Sirvió para algo la desacralización de la madre desplegada por Fernando Vallejo en El desbarrancadero? La respuesta contundente es no.

Colombia es un país tradicional que sigue pensando en la familia como el paraíso y en la madre como ejemplo de perfección. La novela de Sara Jaramillo es un ejemplo lamentable de la forma en que se concibe a la madre en Antioquia y seguramente en la mayor parte del país. Eso habla muy bien de nuestro subdesarrollo, machismo, falta de autonomía, miedo a la soledad y a la muerte porque el texto que estamos estudiando es por sobre todas las cosas un canto al miedo y el gran miedo es el miedo a la muerte. Muere el padre de la narradora y aprende a odiar los funerales, muere el hermano y decide no ir al funeral. ¿A alguien le gustan los funerales? ¿Alguien disfruta en un funeral? ¿Cómo puede una persona razonable vivir odiando la muerte si ese es nuestro único destino?

El libro está dominado por Cantos a la madre del tipo: «La mamá era papá y mamá. Cada uno la quería para sí. No estábamos dispuestos a compartirla entre nosotros. Rivalizábamos, luchábamos por ella. La consumimos. Llegó a pesar 42 kilos y, aún así, era capaz de guadañar la hierba, aspirar la piscina y lidiar con los problemas y las demandas de todos. Parecía que nunca se cansaba. Nosotros nos creíamos fuertes, pero la única verdaderamente fuerte en la casa ha sido la mamá. En materia de fortaleza dejó una marca muy alta. Nadie ha sido capaz de superarla» (página 123).

Cómo maté a mi padre es un libro para señoras de costurero y hombres con alma de señoras y es evidente que Sara Jaramillo Klinkert está empeñada en superar a Amalia Andrade como vendedora de libros y como terapeuta sin título con la idea de que escribe para sanar y ayuda a otros a sanar mientras lloran leyendo lo que ella escribió llorando y sanando. Es mucho más ambiciosa Sara que Amalia porque a Amalia no le da vergüenza admitir que escribe libros basura porque le gusta la buena vida a costa de la plata fácil, la pasión de su vida es hacer stickers y su filósofa más respetada es Shakira. Hay más cinismo en Sara porque asume que escribe literatura, no basura de autosuperación a través de libros digeribles y sensibleros. ¡Punto para Amalia!

Cómo maté a mi padre es atoficción pura y más que literatura es la sucesión de una serie de hechos que sólo le interesan a la autora porque su padre no es una figura pública y en los hechos narrados no aparece por ninguna parte la literatura aunque la autora pretenda usar recursos como la metáfora, la hipérbole, el humor y el tono poético de forma siempre desafortunada. Está dividido en treinta partes y cada parte tiene un título que no le ofrece al lector ninguna posibilidad de interpretar, en este libro todo está dicho, el pretexto para escribirlo es narrar un asesinato más en Medellín hace casi treinta años y mientras lo leemos pensamos en García Márquez y en Fernando Vallejo porque la casa donde vive Sara es una especie de selva colmada de mangos y guayabas y se trata de un libro de un padre amado y un hermano adicto y problemático, como en El desbarrancadero. Hablar de guayabas no te convierten en García Márquez y contar los hechos más íntimos de tu vida privada y la de tu familia no te convierten en Vallejo porque por más que se evoquen los temas de los grandes escritores colombianos es un libro plagado de lugares comunes y chistes que no hacen reír.

Veamos algunos ejemplos:

Entretanto, las horas se iban amontonando en días y los días en semanas, porque el tiempo es imparable como imparable es el caudal del arroyo (Página 84).

Ni las raíces más profundas, ni la madera más gruesa permanece firme para siempre (Página 91).

El encargado de hacer el chocolate no sabía que la leche, cuando se pone a hervir sobre la estufa, sabe el momento exacto en que uno desvía la mirada y aprovecha ese justo instante para derramarse (página 101).

Oí ruidos dentro de mi clóset, que bien podían ser la entrada a otra dimensión como lo fue el espejo para Alicia o bien el espíritu de un muerto intentando volver a este mundo (Página 112).

La prosa de Sara Jaramillo Klinkert es tan pobre como la de Diana López Zuleta en Lo que no borró el desierto y hay varios rasgos comunes en estos libros además de que se trata de dos periodistas con padre asesinado, con el claro interés de posicionarse como artistas, mujeres que saben mover los contactos, necesitadas de un viejo que cumpla la función del padre ausente que también deviene en amante y la necesidad imperiosa de convertir a un hombre común en una especie de ser sobrenatural sólo porque fue el padre de ellas. Una pregunta que me hice leyendo los dos libros fue por qué no acuden a tratamientos con psiquiatras o asisten a grupos de apoyo para personas con sus mismos problemas en vez de asumir que sufrir, ser huérfana o tener problemas para afrontar la vida les concede el derecho a pensarse al lado de Joyce y de Proust, de Virginia Woolf y Marguerite Duras.

Ejercicio crítico

Usé Facebook desde su inició hasta hace unos cinco años y en 2023 decidí regresar porque Twitter no es lo que era comandado por Elon el mercantilista. En esa red que conocí muy bien hace un tiempo ahora comparto algunos posts que escribo aquí (en este blog) y me ha llamado la atención cierta resistencia de algunos escritores a mi estilo, a la forma en que abordo los textos, al enfoque que le doy a algunos temas y siento que hay prejuicios sobre mí, sobre lo que soy como persona, como lectora y como crítica. No entiendo la resistencia si se supone que nadie me conoce y empecé de cero en Facebook hace menos de dos meses. Me sorprende más todavía que sin yo interactuar con muchas personas allá -porque todavía sigue siendo Twitter la prioridad- me han dado a entender que les resulto repulsiva e inapropiada, poco clara porque abuso de la adjetivación y escribo con reservas y prejuicios de señora reprimida sin vida sexual ni social.

El domingo en la noche publiqué una reseña de Dos aguas, la novela de Esteban Duperly, y me sorprendió la reacción del también escritor Andrés Mauricio Muñoz quien condenó de manera severa mi forma de entender la crítica y el análisis literario; está casi seguro (sin haber leído Dos aguas) de que no sé en qué consiste mi trabajo y duda de mis dotes como lectora sólo porque menciono algunas incoherencias y cierto estilo de tías que encuentro en la novela del nuevo editor de EAFIT, estrella innegable de Angosta y consentido del maestro Abad. El autor de Las margaritas (novela que ya leí y quiero volver a leer para escribir una reseña porque se la prometí al autor en nuestra conversación de ayer) intercambió algunas ideas conmigo, compartí con él otro texto crítico que sí le gustó y saberlo me llenó de júbilo porque algo me dijo que necesito su aprobación, sentir que no soy tan poca cosa, que no soy una mujer tan minúscula e insignificante, y entonces le prometí que leería su novela con mucho cariño con la ilusión de que le gusten esas pobres apreciaciones mías.

Hoy temprano, cuando quise ver su perfil en Facebook para saber un poco de él en un primer acercamiento como crítica, pensando desde ya en el texto que espero escribir, me encontré con una triste sorpresa que me tiene el corazón hecho girones: no puedo ver su perfil.

Con ustedes, un fragmento de la conversación que tuve con el maestro:

Escribir es un asunto serio

Ayer a las siete de la noche era domingo

Estaba sentada en mi silla de leer y ver películas sin leer y sin ver películas

Sentía todo el peso del domingo aunque hoy no tengo nada que hacer

Porque mi condición natural es no hacer nada

Tampoco hacía nada cuando trabajaba o estudiaba.

Por instinto me hice masajes al lado izquierdo y derecho del cráneo

Y descubrí que el lado derecho produce el sonido que produce una articulación

Ya sé que el lado derecho de todo mi cuerpo es más sensible que el izquierdo

¡Pero jamás imaginé que un cráneo podría producir sonidos!

El masaje duró unos quince minutos y me levanté como una autómata

Me debía la reseña demoledora de Dos aguas, de Esteban Duperly, y me senté a escribirla

Escribir esa reseña no fue como escribir otras porque era de noche y nunca escribo de noche

Soy una persona racional pero también soy una persona intuitiva y la experiencia de la vida me enseñó que es mejor escribir antes del almuerzo porque el día me permite digerir lo escrito para llegar a la noche lista para dormir sin pensar en nada.

Escribir de noche fue diferente, una experiencia física, y mientras escribía temía lo que pasaría cuando terminara y pasó porque mientras escribía sentía el ímpetu de una boxeadora y tuve que quitarme la chaqueta y escribir en camiseta para hacer más contundes los golpes al consentido de Héctor Abad Faciolince, al nuevo editor de EAFIT.

Gozaba cada golpe dado y un golpe pedía otro todavía más contundente y cuando terminé de escribir sentí que se trató de una experiencia más física que mental, casi mágica, y recordé que hay gente que cree en duendes que comandan la escritura y me pregunté si hay duendes diurnos y nocturnos y me fui a dormir.

Primero oí un ruido no conocido pero no le presté atención. El ruido salió del lugar donde guardo el teléfono apagado y las gafas al lado.

¿Las gafas son ahora un objeto poseído por el duende de la escritura nocturna?

Sólo Dios lo sabe

Intenté dormir y no podía.

Me levanté, tomé agua, volví a intentar dormir y llegaron las pesadillas más espantosas de muertos vivientes a los que se les veía la sangre verde dentro del cuerpo porque la piel era transparente, cremas que aplicaba en mi cara y la alisaban hasta hacerla desaparecer y ojos blancos gigantes en esa cara mía que no se podían cerrar, alguien a mi lado intentando abrazarme con sus brazos largos y otra lista larga de abominaciones que me recordaron las pesadillas de cuando era niña y tenía miedo de la noche, miedo a soñar.

Después de las pesadillas volvió el sueño sin sueños, mi favorito de todos los tiempos, y me desperté pensando en escribir este post para guardar la experiencia en el recuerdo.

Dos aguas: ¿La versión acuática de El secreto de la montaña?

Hace veinte años Héctor Abad Faciolince era un escritor que prometía y luego se convirtió en el autor favorito de las señoras. Desde El olvido de seremos dejé de leerlo porque mi mamá lo adoraba y me hablaba con emoción cuando lo veía en televisión. Antes de morir leyó La oculta y le gustó más que todos los anteriores. Ella pensaba que yo adoraba a Abad porque hice el trabajo de grado en el Caro y Cuervo sobre él, Vallejo y Cano Gaviria, pero lo que mi mamá no recordaba es que su autor estrella era el blandengue de mi estudio y no lo volví a leer porque es tan comercial y tan femenino como el adorado por los niños y las niñas de los colegios distritales de Colombia, el que bajó del trono a Fernando Soto Aparicio, Jairo Aníbal Niño y Álvaro Salom Becerra: Mario Mendoza. No se sabe si es más detestable el stand permanente en todas las librerías del escritor más mercantilista que ha dado este país o saber que pronto lanzarán al mercado la edición 100 de El olvido que seremos.

Héctor Abad Faciolince está convencido de que es un gran escritor porque es un gran lector y por eso ahora también descubre autores y los publica en Angosta, su editorial independiente. Los libros son muy bonitos pero acabo de leer Dos aguas, de Esteban Duperly, y sólo se me ocurre pensar que es el mejor discípulo del maestro de la sensiblería barata y las metáforas de dos pesos. Es evidente que el editor de Angosta lo convenció de que escribiera de tal manera que cualquiera pudiera leer su libro y se sintiera profundo y sensible, como suelen sentirse con algunos libros de autosuperación o el 90% de las películas que vemos en Avenida Chile. Dos aguas es un libro que pretende presentar una gran tensión, un retrato de lo más vil de la condición humana, y termina siendo todo lo contrario: una novelita para señoras o la obra perfecta para leer en el avión y sentirse culto.

El libro está hecho a partir de dicotomías: el blanco y el negro, el racional y el intuitivo, los judíos y los nazis, los buenos y los malos, los hombres y las mujeres, el río y el mar, el agua y la tierra, la carretera y la trocha. Es un libro absolutamente binarie que haría temblar de ira a las feministas más delicadas y también hace pensar en literatura gay porque hay tensión permanente entre los dos personajes principales (el negro y el blanco) y, sin embargo, al final del libro todo se resuelve de manera muy amorosa:

Bernhardt miró al Boga, empapado de sudor. Fue hasta la borda, agarró el botellón grueso y quiso echarse por fin un trago. Pero se lo puso primero en la boca al Boga. El negro se pegó de la botella y tragó seis buches largos, marcados por el subir y bajar de la nuez de la garganta. Bernhardt sin limpiar la botella, bebió igual (Página 190).

¿Qué pensarán de esa escena Freud y Carolina Sanín, la eminencia que sospecha que detrás de todos los hombres lo que hay es un cacorro? El casi beso con objeto fálico del que sale un líquido recuerda la escena de La virgen de los sicarios cuando Wilmar le da aguardiente de su boca a Fernando un poco antes o después de haber oído Senderito de amor en Bombay.

La escena gay ocurre en las últimas páginas de la novela y eso lo quita toda la verosimilitud porque un lector no estúpido esperaría que se llegara hasta allá después de más momentos de tensión que se van distensionando, pero no, diez páginas antes y desde cuando el negro y el blanco se miran saben que son irreconciliables, que ni siquiera podrían ser amigos y ahora navegan en una barca como en el clásico de Rocío Dúrcal.

En el libro abundan obviedades dignas de Desiderata: «Bernhardt estaba convencido de que en los libros se aprende más que en los institutos y que en la vida más que en los libros» (páginas 22-23) y la nostalgia típica de las novelas sensibleras, el famoso todo tiempo pasado fue mejor y nada más tierno que vivir en un ranchito al lado de tu mujer y tus hijos, la infancia recobrada: «Capturado por una trampa de la nostalgia y atontado por lo que le acababa de suceder, en el lugar donde se proyectaban las imágenes de la memoria se formó en Bernhardt, luego de décadas olvidada y anulada, la ensenada solitaria donde iba cada verano de la infancia» (página 68). Nuestro Esteban Duperly es otro Proust criollo como el aclamado Simón Villegas Restrepo. No hay quien lo dude.

En la obra queda claro que las mujeres sirven para tener hijos, cocinar, arreglar la casa, ser la amante de los hombres y convertir cualquier potrero en un Hogar. Uno no esperaría que el autor fuera feminista pero la idea que tiene de las mujeres no la tiene ni siquiera mi papá, un hombre machista de 83 años: «Las mujeres podían fabricar en cualquier lugar la sensación de un hogar» (página 71), «La llevó a vivir con él… siempre y cuando terminaran espernancaos en la hamaca en que se envolvían ambos las noches de copular» (páginas 94-95).

Se supone que leer literatura consiste en descubrir y en armar pero en esta novela el lector siempre es tratado como un tonto y se le explica de todas las maneras y de forma reiterada por qué el título de la obra es Dos aguas. No estamos ante un primo de Balzac sino ante el hermano gemelo de Coelho: «Y allí se producía un encuentro de dos aguas y creaban una estampa de tonos difusos» (página 38), «Lo expulsó velozmente hacia afuera y lo dejó varado en ese caldo incierto en donde se encuentran dos aguas, que no es río y tampoco es mar». (página 93), «El Boga buscaba la franja bicolor donde la descarga dulce y fangosa del río se encontraba con el cuerpo salado del mar y se formaba una suerte de frontera de dos aguas» (página 183).

Dos aguas es un libro para hacer sentir noble y bueno al lector y también al escritor. El señor Duperly es un payaso presumido con sus ancestros los pilotos comerciantes maestros de la fotografía y el buen gusto: «Con el almacén, Bernhardt se convirtió en el príncipe mercante que su padre había sido. En un arrebato de sofisticación se unió al aeroclub y aprendió a pilotear aviones pequeños, aunque de eso también hizo un negocio. Y como aún podía hacerse a más compró en Estados Unidos una patente para venderles productos Kodak a vieneses seducidos con las maquinitas norteamericanas» (página 64), pero nos quiere hacer creer que le gustaría ser pobre, vivir en un ranchito con su mujer para follársela tres veces por semana haciendo camino al andar como Machado y sin reloj como Thoreau y por eso el alemán engreído convierte en su maestro al negro en un arrebato de buenismo y porque Abad, el editor y el mismo Duperly saben que eso es lo que vende, lo que le gusta a las señoras, el buen salvaje: «El boga nunca había sido consciente del tiempo, no le importaba la hora. El reloj no era su amo. El día era un solo elemento que se descomponía en tres partes: mañanas, tardes y noches divididas a su vez en ratos que asociaba a la temperatura o al calor de la luz: estaba fresco o estaba claro. O se ponía oscuro o hacía calor» (página 125).

Como lo podrá notar el lector la novela es de prosa rebuscada, de aparente español perfecto y, sin embargo, encontramos en el libro construcciones tan absurdas como la que verán a continuación y con esto termino: «Fernanda apoyó en su regazo el cofre de baquelita y lo abrió para darles a los niños galletas de soda y té que aún quedaba en el termo. También les lavó las caras y los cuellos con agua y un pañuelo» (página 83).

Mensajes de los lectores

1. En Colombia no hay críticos literarios, hay correctores de estilo. Para el ejemplo está Carolina Sanín, que se la pasa corrigiendo la redacción de mucha gente en Twitter y haciendo todo un drama porque ponen la coma entre sujeto y verbo.
2. Los escritores colombianos se aplauden entre ellos sus mediocridades; es más, el mundo en que ellos se mueven no es la literatura sino el «coaching literario», con el cree que con un poco de inspiración basta para ser el mejor, y es así que buscan que les den premios, montar sus talleres de escritura creativa y estar en cuanto evento cultural haya en el país.

¿Por qué en Colombia no hay crítica literaria?

En la segunda mitad del siglo XX en Colombia había dos quejas frecuentes: no hay líderes y no hay crítica literaria. Preocupaba la indiferencia, la ignorancia, la pasividad y la resignación de la mayoría ante la realidad política y la cultura. Los líderes aparecieron y ahora estamos gobernados por Gustavo Petro y Francia Márquez, la crítica literaria está muerta y esta triste realidad se fortaleció con la pandemia como se fortaleció también con la pandemia la protesta social, el reclamo de las masas enfurecidas y putear en Only Fans aunque seas doctora en asuntos de género o toques flauta traversa. La precariedad laboral y la incertidumbre económica es lo que nos gobierna y nos obliga a tomar decisiones en este tiempo triste.

Para reclamar airadamente ante la corrupción, la injusticia, el desempleo y el hambre sólo se necesita abrir los ojos y ver la realidad, para ejercer la crítica literaria se precisa de libros, tiempo libre, tener resuelta la alimentación y la vivienda, vivir en paz, amar el ocio, disfrutar el placer de no hacer nada para poder pensar y sentir con calma y también se precisa de formación académica en teoría y crítica literaria, es decir, se necesita haber pasado por la universidad en una carrera de Literatura, no de Creación Literaria. Sumado a lo anterior, que no es poca cosa, es necesario también -y como imperativo categórico- estar comprometido con la verdad y la justicia en este tiempo en el que todos quieren ser artistas y ser amigos de otros artistas, un tiempo en el que la literatura dejó de estudiarse como parte de las ciencias humanas y sociales y pasó a mezclarse con el bordado, el tejido, el yoga, el feminismo de redes, la respiración y la iluminación.

Los temas predilectos de las señoras ricas dejaron de ser el té y las galletitas y ahora le quieren montar competencia a Joyce y a Proust, a Beckett y a Kafka. Los temas predilectos de los influencers que nacieron con la pandemia dejaron de ser el hambre y la furia, ahora ellos y ellas también sueñan con ser artistas y entonces vemos a Levy Rincón debutando en las tablas y esperamos ansiosos el lanzamiento de su libro publicado por Planeta porque al mamerto resentido también le dio por escribir sobre la casa, el camino, el puente, la melancolía y demás temas de moda.

Cuando se quiere ser amigo de los artistas la crítica no es bien vista porque ejercer como crítico implica tener carácter, hablar claro, mostrar errores y debilidades y siempre será más fácil y práctico decir que ante todo vemos originalidad, independencia, imaginación, sensibilidad, grandeza y compromiso. La posición cómoda que han tomado en Colombia Juan Gustavo Cobo Borda, Luz Mery Giraldo y Luis Fernando Afanador ha sido siempre la más efectiva mientras que gente como Harold Alvarado Tenorio -el hijo del carnicero- siempre serán vistos como los enemigos del progreso y del arte.

En tiempos de marketing, contactos y posicionamiento de marca ejercer la crítica es visto como maldad, envidia, resentimiento y odio, cuando la crítica literaria no tiene que ver con esos sentimientos tan tristes sino que se trata de ver de forma objetiva un texto literario con el propósito de comprender mejor lo estético, lo ético, la originalidad de eso que estamos leyendo y a veces nos conmueve y en muchas otras ocasiones nos ofende, nos desconcierta o nos deja preguntas que quisiéramos poder resolver.

Para responder a las Grandes Preguntas sobre la obra literaria no se precisa sólo de sensibilidad, también es necesario ser independiente y no tener miedo a decir la verdad, a ser honesto, a despotricar de la obra de un autor aunque ese autor sea nuestro amigo querido.

¿Se puede ejercer como crítico sin tener carácter?

No.

¿Guiseppe Caputo, Gloria Susana Esquivel, Carolina Sanín, Pedro Lemus y Pedro Adrián Zuluaga tienen el carácter y la independencia necesaria para ejercer la crítica literaria siendo como son un grupo de amigos que se aplauden las bobadas y tienen secuestrada la cultura?

No.

En lo político esta gente se monta en la izquierda y defienden a los pobres, los negros, los feos, los trans, los neurodiversos, los gordos… pero en la realidad se reparten los puestos y se aplauden las obras; más que artistas y críticos son gestores e influencers, no están muy lejos de Levy Rincón, Margarita Rosa de Francisco y José Luis Arzuaga cuando piensan en la ganancia fácil con un espectáculo al que no tienen problema en llamar, en el colmo del cinismo y la desvergüenza, Un show de mierda, el show de mierda que está presentando Levy Rincón desde hace un mes en Bogotá y que luego será visto a nivel nacional e internacional.

¿Es el fin del arte y vivimos en el florecimiento de la gestión, la promoción y la asociación?

¡Por supuesto!