¿Por qué en Colombia los hombres tratan a las mujeres como si fueran niñas tontas?

La falsa feminista llamada Vanessa Rosales escribió en su cuenta de Twitter estos dos reclamos y le voy a dar las Respuestas.

Dice Vanessa:

«Toda una generación de mujeres harta y hastiada de varones heterosexuales que no les conceden la cortesía de la honestidad; que se desvanecen; que no las tratan como pares. La misoginia y el machismo afectivo: otro tema que es preciso desglosar. Respetar al otro es considerarle».

Nací en Bogotá-Colombia en 1970 y desde 1979 los hombres me han tratado como iguales, a veces como si yo fuera superior a ellos. Conversando conmigo se borra el género y el sexo, somos seres humanos conectados de cerebro a cerebro y de sentimiento a sentimiento; la comunicación, la comprensión y la camaradería siempre han sido plenas y por eso adoro a los hombres, porque siendo aparentemente diferentes nos podemos comunicar de forma efectiva y divertida.

Cuando tenía nueve años, cuando tenía treinta y ahora que tengo cincuenta me he sentido admirada por los hombres. Ni siquiera siendo una anciana puedo decir que los hombres me tratan con condescendencia o se ofrecen a llevarme las bolsas del mercado o a preguntarme cómo amaneció la abuelita Elsy porque me ven como un ser débil, no, los hombres con los que trato conocen mi fortaleza y los que comparten el vecindario conmigo también, los vecinos saben que no me pueden mirar y que no los voy a saludar nunca porque no se me da la gana.

Cuando tenía nueve años podía matar de la risa a un señor de cincuenta y ahora que tengo cincuenta puedo hacer que se desvivan con mi conversación jóvenes de veinte o de treinta años. Eso es un absoluto privilegio y no soy blanca, bella ni burguesa. ¿Usted de verdad cree que el Privilegio es masculino?

Muchas veces a lo largo de la vida los hombres me han dicho emocionados como si se tratara de un gran descubrimiento: ¡Hablar con usted es como hablar con un hombre, con usted me siento libre, puedo decir lo que quiera, puedo ser yo, con usted es con la única mujer con la que puedo hablar..!

Señora Vanessa Rosales, sepa usted que la honestidad no es una cortesía, la honestidad y la autenticidad no son batallas ganadas, uno es honesto o no lo es y punto, uno no aprende a ser honesto y en Colombia los hombres no pueden ser honestos con las mujeres porque aquí las mujeres son educadas en el artificio, la apariencia y la mentira,  son educadas para cazar, para hacerse pagar, sepa usted que las mujeres en Colombia son entrenadas para agradar aunque tengan siete años y educadas para ser bellas y llamativas como si fueran un carro de lujo al que es preciso engallar para que luzca mucho mejor, para que todos se den cuenta de que es un carro de lujo. Los hombres serán honestos con las mujeres en la medida en que las mujeres sean menos artificiales. Cuando las mujeres dejen de arreglarse como si fueran para un carnaval los hombres las empezarán a ver y a tratar como seres humanos, no como actrices o payasos.

Este es el segundo reclamo de Vanessa Rosales:

«Al varón heterosexual promedio: una muestra de paridad hacia una mujer, un despliegue de cortesía mínima, de reconocimiento respetuoso, es la honestidad. Tratar a una mujer así como tratan a los amigos – con la paridad de la sinceridad. Actualícense».

Si quiere que los hombres la traten como amigos quítese el disfraz de payaso, los zapatos de tacón alto, despójese del maquillaje, deje de caminar como su estuviera en una pasarela, use un tono de voz que no haga pensar en una muñeca complaciente y sin carácter y verá que ellos la empiezan a tratar como a un ser humano y se empiezan a fijar en lo que usted piensa y siente. Los hombres son grandes lectores de signos y las mujeres son grandes productoras de signos, las mujeres se disfrazan todos los días de su maldita vida para convertirse en un espectáculo ambulante y los hombres se mueren de risa y de asombro ante semejante carnaval. En la medida en que las mujeres sean más artificiales los hombres las seguirán tratando como actrices y como payasos.

Las mujeres son mucho más hermosas que los hombres y ante la belleza es casi imposible pensar en inteligencia y por eso mismo para poder hablar con los hombres como hombres y como amigos es mejor ser fea que bonita y es mucho mejor tener las tetas bien escondidas y usar ropa suelta y relajada.

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Mujeres que decidieron vivir solas

Margarita Rosa de Francisco está estudiando filosofía a distancia en la UNAD y ahora escribe sobre temas de toda índole como si se tratara de una académica reputada. Escribe columnas de menos de siete párrafos en El Tiempo en pose de autoridad y casi siempre se escuda en una amiga menos competente que ella para desarrollar mejor sus planteamientos.

La última columna se titula «La mujer sola» y empieza diciendo: «Vanessa Rosales, escritora especializada en crítica cultural, historia y teoría de moda con perspectiva feminista, tiene un pódcast exquisito que se llama ‘Mujer vestida’. En un episodio titulado ‘Mujeres solitarias’ hace una reflexión muy inspiradora sobre la soledad de las mujeres. Comparto con ella la apreciación de que esa particular situación ha resultado siempre muy inquietante socialmente».

Para comenzar pensemos en lo triste que resulta pensar en mujeres que viven solas o decidieron vivir solas como La mujer sola o Mujeres solitarias. Los dos títulos se oyen despectivos y conmiserativos. Ellas le quieren hacer creer a la audiencia que no es tan desagradable vivir sola y la mujer no precisa del hombre para sentirse bien pero lo más seguro es que han padecido con el demonio de la soledad y no encontraron al hombre de sus sueños o la historia de amor que vivieron con sus respectivos príncipes azules simplemente no funcionó y ahora quieren posar de independientes.

Margarita continúa con una frase digna de una influencer que posa de psicóloga sin haber estudiado psicología: «Nuestra cultura no se ocupa de cultivar la soledad en general. Por el contrario, esta es considerada una amenaza y un estado que debe ser breve y, en lo posible, evitarse a toda costa» y continúa: «La soledad femenina tiene connotaciones específicas que todavía la relacionan con el fracaso amoroso, el abandono, el rechazo masculino, y también con la neurosis o la locura».

Quiero decirle a Margarita que está hablando de lo que no sabe y no ha vivido. Cuando en Bogotá una mujer decide vivir sola -y hablo de mi experiencia- la presionan para que se case y tenga hijos hasta los treinta años, después de esa edad se empieza a respirar una libertad absoluta y la gente siente curiosidad y admiración por las mujeres que viven solas y no he percibido ningún tipo de violencia ni discriminación por ser soltera  y no tener hijos. Los vecinos me miraban con recelo al comienzo pero después de varios años asumieron con resignación que si uno no tiene marido ni hijos tampoco quiere ser amigo de los vecinos. Ellos respetan esa decisión y saben que nunca los voy a mirar porque no estoy obligada a mirarlos y mucho menos a saludar a una persona todos los días solo porque vive al lado.

Dice Margarita de nuevo equivocada: «Puede ser que la soledad prolongada de un hombre o una mujer siempre sea sospechosa. Pero una mujer sola inspira lástima. No tiene quien valide su rol. Parece como si su soledad no pudiera provenir de una voluntad autónoma, sino de la decisión de otro, que la ha dejado y desdeñado». Le cuento a Margarita que después de vivir sola durante más de treinta años a los hombres no les importa si soy soltera o casada, si vivo sola o tengo gato porque con ellos sólo hablamos de asuntos que de verdad importan como la literatura, la política, el fin de la historia o la existencia de Dios. A medida que pasa el tiempo hay más personas que quisieran saber de mí y no precisamente para consolar mis horas de soledad sino porque les interesa  saber qué pienso sobre los temas que nos interesan.

Otra mentira: «Es muy curioso que la soledad de la mujer suponga un mal, una abyección, y no un momento anhelado por ella. Además, a las mujeres se nos enseña a temerle a una soledad que solo alude a la dolorosa ausencia de hombre». Le cuento que yo me hice a mí misma y en mi casa nunca me dijeron -como seguramente le dijeron en la casa a Margarita- que si no consigo marido voy a ser digna de lástima porque una mujer sin un hombre al lado no vale nada y todos la van a ver como una loca frustrada fea e indeseable. Tomé la decisión de no casarme ni tener hijos cuando tenía nueve años y entre más vivo más me convenzo de que fue la decisión mejor tomada de mi vida porque a partir de esa soledad construida he armado todo el edificio de mi vida. Me imagino que para Margarita es deprimente imaginar que una mujer ha estado sola durante tres meses de cuarentena y puede pasar otros meses o tal vez seis sin renegar en ningún momento de su bendita, elegida y asumida soledad.

Margarita sigue diciendo una lista de barbaridades y ella asume que todas las mujeres en Colombia compartimos su pequeño mundo mental y sólo hemos leído literatura colombiana. No sigo analizando la red de estupideces porque se me acabó la paciencia. Sólo enuncio sus mentiras y suposiciones gracias a la forma en que fue educada, como fueron y seguirán siendo educadas la mayoría de las mujeres colombianas, con discursos de madres abnegadas que les piden ser pacientes con los hombres y con telenovelas en las que todavía prometen el matrimonio como el momento más deseado de la vida:

  • «Todavía elegimos soportar las agresiones de una pareja con tal de no formar parte del triste grupo de mujeres solas. Creemos que es preferible ser atacadas por quienes ‘nos aman’ que asumir el tiempo muerto que precede al júbilo de la liberación».
  • «La soledad de la mujer en esta sociedad no es un espacio vital, sino algo semejante a una enfermedad deprimente que, históricamente, se ha pretendido ‘curar’ prescribiéndole camisas de fuerza, como el matrimonio, para protegerla de su escasez fundamental».

Para terminar sale con este chiste gestado en los debates con «feministas» hechas a pulso en las redes sociales sin haber leído ningún libro sobre feminismo:

Mujeres: si queremos desmontar el patriarcado, empecemos por resignificar nuestra soledad. Estar solas no puede seguir produciéndonos vergüenza.

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Las muertes chiquitas

El libro de Margarita Posada no es una novela y tampoco es otro libro de autosuperación, no es una obra de arte ni un texto periodístico sino el testimonio desgarrador de una mujer que sin duda lloró mucho mientras lo escribió y describe el dolor de forma honesta; uno sufre con la historia y  no es la historia de un personaje sino la de una persona, una mujer valiente que se atreve a narrar la suma de errores a lo largo de una vida desperdiciada, una vida de apariencia, superficialidad, consumo, vanidad, vivir de la opinión ajena y mucha banalidad.

Margarita Posada es la hija predilecta del capitalismo salvaje y no siente vergüenza al admitirlo, más bien reconoce que lo descubrió un poco tarde.

¿Cuántas mujeres morirán sin saber que también son producto de las estrategias más infames del marketing que se lo traga todo, que lo devora todo, que las convierte en muñecas de carne que caminan por las calles como si se tratara de pasarelas? ¿Por qué las mujeres son las más castigadas en este tiempo en el que todos nos hemos convertido en mercancía de buena o regular calidad? ¿Por qué el falso feminismo de redes sociales, el de todas y todes, el de las amigues que quieren dejar de ser sometidas por los «manes» pero siguen mendigando amor y buscando marido en esas mismas redes sin la menor muestra de recato o dignidad mejor conocida como amor propio son las más afectadas por las enfermedades mentales? ¿Por qué el emprendimiento que más bien es la última opción ante la crisis laboral y el aumento desmedido de la pobreza se ensaña más contra las mujeres?  ¿Por qué los hombres están soportando mejor estos tiempos tan confusos y dolorosos?

Las muertes chiquitas no es otro objeto para vender, consumir y tirar como los libros-basura-engaño de Amalia Andrade, es mucho más que una sucia y vil estrategia de marketing para emocionar al público como los emociona ver a la última estrella fugaz de Yo me llamo. Es un libro que vale la pena leer porque se convierte en un excelente ejercicio de introspección que nos permite valorar la propia salud mental y la de las personas de nuestro entorno. No es un libro sobre la depresión, en un libro sobre un tipo de depresión, sobre la enfermedad que aqueja a millones de personas en el mundo en este comienzo de siglo tan confuso que probablemente nos seguirá sacudiendo año tras año de forma más violenta a través del dolor propio y del dolor ajeno.

Todos conocemos personas con esta enfermedad que se está convirtiendo en epidemia y leyendo este libro supe que no hay una sola forma de ser depresivo y que probablemente los psicólogos y los psiquiatras están tan confundidos como los sociólogos y los profesores. Este tiempo devoró también a los filósofos, es imposible sentarse a pensar porque para pensar se necesita tiempo lento y mucha meditación sobre lo pensado.

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Los libros de las mujeres

El libro debe en cierto modo adaptarse al cuerpo, y al azar se podría afirmar que los libros de mujeres deben ser más breves, más concentrados, que los de los hombres, y construidos de modo que no precisen largas horas de trabajo tenaz e ininterrumpido.

Escribir como una mujer; pero como una mujer que ha olvidado que lo es, de modo que sus páginas estaban llenas de curiosa calidad sexual que sólo se adquiere cuando el sexo no es consciente de sí mismo.

Virginia Woolf

No es Bernhard, es Bukowski hablando de feminismo

¿Qué piensa usted del movimiento de liberación de la mujer?

Si ellas están dispuestas a trabajar lavando coches, empujando el arado, cazando a dos tipos que acaban de asaltar una licorería, o limpiando alcantarillas, si están dispuestas a dejar que les rebanen las tetas de un tiro en el ejército, yo estoy dispuesto a quedarme en casa fregando los platos y a aburrirme quitando pelusilla de la alfombra.

El gran poeta

 

Elsy está loca

A lo largo de la historia a las mujeres más brillantes las han tratado de locas, de brujas y de putas y muchas mujeres gigantes han terminado locas, enterradas en el consumo de alcohol o de drogas, en la depresión más lamentable o en la prostitución porque les han repetido tantas veces y de tantas formas que son locas, brujas o putas que ellas terminan creyéndolo y confirmándolo. Son las Fridas y las Virginias que han sufrido las peores presiones en vida y muertas se convierten en Ilustres Pensadoras y Artistas.

Las mujeres son reconocidas como locas cuando dicen algo coherente que debió haber  sido dicho por un hombre porque una mujer que dice algo coherente no puede ser una mujer, tiene que ser una loca.

Son reconocidas como brujas porque confunden a los hombres que se sienten atados y no pueden creer que una pobre mujer pueda ejercer tanto poder; brujas porque pueden llegar a conclusiones de forma muy rápida sin necesidad de pensar la respuesta durante mucho tiempo y como la inteligencia es masculina y la intuición es femenina si una mujer se destaca por hacer cálculos sorprendentes o por llegar a conclusiones de forma rápida no puede ser una mujer porque las mujeres no son inteligentes ¡Tiene que ser una bruja!

Putas porque sus cuerpos perturbadores y toda la belleza femenina son la causa de que los pobres hombres caigan en semejante trampa y entonces no se celebra y se respeta la belleza femenina sino que se buscan todos los medios para disfrutar de tanta belleza y como la sexualidad femenina es mucho más compleja que la sexualidad masculina y los hombres saben poco de mujeres llegan a la conclusión de que son putas insaciables, animales que juegan con el deseo de los hombres y los llevan a pecar o a perder la cordura y el control de su mente.

Nunca me han dicho puta pero sí me han dicho bruja y loca, más loca que bruja.

Veamos dos ejemplos de Twitter Colombia, el sitio más nefasto para ver la profundidad de la crisis que vive este pobre país desde su existencia hasta el fin de los tiempos:localoca 2

Las tetas de Elsy

En  Twitter los colombianos no se refieren a mí por el nombre propio sino a través de expresiones del tipo La innombrable, No la invoque, No la nombre, Esa señora, Ya tú sabes quién, La loca de los ensayos, La hijueputa esa, La demente y un larguísimo etcétera.

Para referirse a cinco o seis inocentes fotos en brasier como la que verán a continuación y que publiqué entre 2010 y 2016 dicen con énfasis y en todos los tonos de alarma, asco, desconcierto y zozobra como quien nunca hubiera visto en la vida un catálogo de ropa interior: ¡Las tetas de Elsy! Por unas inocentes fotos me vuelven a poner el nombre.

Esa reacción irracional de seres irracionales es un tema que se ha tratado durante los últimos ocho años y en varias ocasiones ha sido Trending Topic. Da para un estudio serio y profundo sobre psicología humana, sobre por qué escandalizan fotos de este tipo en tiempos de internet, de pornografía, desnudez y vulgaridad de todos los estilos y de la forma más escandalosa.

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El odio a la persona hace que se vea desnudez donde no la hay y machismo desbordado al mejor estilo colombiano. La mayoría de las veces los comentarios más violentos son expresado por mujeres, humoristas o por hombres homosexuales.

Veamos el ejemplo de una humorista colombiana:

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En tiempos de pornografía, modelos webcam y desnudez excesiva en todas las redes sociales  escandaliza algo que no debería escandalizar y podemos hacernos la misma pregunta que se hace este usuario:

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También sorprenden este tipo de reacciones:

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Comentarios divertidos:

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Y llamados a practicar la sensatez y el pensamiento racional:

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Crítica a individuos como proceso pedagógico

Una amable lectora dejó un comentario en el que me pide que salve a Colombia y deje de hablar de gente porque no es didáctico.

Voy a copiar el comentario y a continuación explicaré por qué me ocupo de individuos, una especie de Respuesta para ver si por fin entienden a qué estoy jugando:

Elsy, tú que has detectado la falsedad y la hipocresía del feminismo colombiano, que sabes que mujeres del feminismo pop representan muy mal el movimiento por la igualdad de género, que has reconocido las actitudes machistas socialmente aceptadas de los hombres y las mujeres en Colombia, y que has sido víctima del machismo en las redes ¿Por qué no te conviertes en nuestra salvadora del movimiento? ¿En una filósofa o escritora o pensadora colombiana verdaderamente feminista? ¿En alguien que salga en los medios a decir verdades? ¿En alguien que publique un libro demoledor sobre la machismo y el falso feminismo? ¿En la fundadora de la cuarta ola colombiana? En vez de ser antifeminista, o en que todo se quede en una crítica a individuos, ayudaría mucho.

***

El feminismo colombiano es un desastre gracias a que sabemos quiénes se hacen llamar feministas: Catalina Ruiz-Navarro y Carolina Sanín. Este par de mamarrachos tienen voz y audiencia porque los medios y el público vil les siguen la cuerda. Puedo escribir cien posts más explicando por qué estas dos mujeres no son feministas, puedo escribir un libro de dos mil páginas explicando qué es feminismo y ese par de mamarrachos seguirán siendo vistas como feministas en este país de burros ignorantes, ciegos y sordos.

Me ocupo de personas porque esas personas se ocupan de temas, porque aparecen en los medios representando un papel con nombre propio y haciéndose cargo de unas ideas y unos actos, son figuras públicas que toman partido y yo como público tengo derecho a tomar partido sobre la actitud de esas personas. No conozco a esas personas, no tengo nada en contra de esas personas, y esas personas son tan torpes que me sirven siempre como ejemplo para ilustrar mejor por qué Colombia es un desastre por donde se le mire.

La idea de salir en los medios a decir verdades es un error porque los medios colombianos no son medios, son espacios para promocionar mentiras y falsedad y no pasa solamente con las falsas feministas sino también con los falsos artistas y los falsos amantes del conocimiento, la honestidad y la cultura. Toda la gente que sale en los medios es digna de esos medios y estar ahí con ellos me convertiría en una colombiana más y eso es algo que no me interesa.

El feminismo no llegó a Colombia y se está derrumbando en el mundo civilizado, no creo que haya cuarta ola porque vamos hacia una verdadera gran transformación que dentro de cincuenta años nos puede llevar a un Mundo Nuevo que por ahora sólo se vislumbra como desastre y como crisis. Si los países desarrollados viven el peor feminismo que se pueda imaginar una feminista de verdad no debe sorprendernos que en Colombia llamen a semejante circo feminismo y que esté representado para ese par de payasas, ellas están acordes con el país que tenemos.

Las mujeres y el poder

A los cincuenta años muchas mujeres están muertas, enfermas, vencidas o amargadas porque descubrieron demasiado tarde, cuando ya no vale la pena lamentarse ante el tiempo perdido, que tanto esfuerzo no sirvió para nada. Creyeron en el esfuerzo, fueron educadas en el «feminismo» que no las liberó de nada sino que les encomendó nuevas tareas, el doble de las que hacen los hombres: las mujeres deben ser amables, deben competir con los hombres en el estudio y en el trabajo, deben ser madres, esposas, cocineras y buenas anfitrionas. Si no hacen todo eso no son buenas mujeres y en lo más íntimo de su ser parece que la mayoría de las mujeres sólo quieren ser madres y  conseguir marido (por eso se «arreglan» tanto) y se engañan a sí mismas posando de académicas, intelectuales, políticas y empresarias porque al parecer esas tareas no forman parte de su naturaleza. Aspirar al poder, gozar del poder, luchar por el poder es más asunto de hombres, a las mujeres el poder no las excita, se excitan más con los adornos que compran, muchas trabajan para comprar adornos y por eso el marketing trata a las mujeres como niñas.

He visto morir y enloquecer a varias mujeres que soñaron con el poder y nadie sabe que existieron, que fueron mujeres aguerridas convencidas del camino que estaban recorriendo. A ellas, a las caídas en combate nadie las conoce, me conocen más a mí que he pasado la mayor parte de la vida comiendo, durmiendo y viendo sufrir al prójimo, viendo todos los días gente correr y morderse unos a otros, fingir desinterés, llegar a niveles grotescos de zalamería, hipocresía y  autohumillación para demostrarse a sí mismos y a los demás que van a llegar muy lejos y no llegan a ninguna parte, es como si no se hubieran movido un sólo centímetro durante años. Hombres y mujeres, claro. Gente inocente corriendo detrás de la nada, buscando fama, fortuna o poder y casi todos fracasaron porque es poco lo que se puede hacer después de haber cumplido cincuenta años.

A las mujeres les va peor que a los hombres en su carrera hacia el fracaso porque las mujeres tienden a ser más entusiastas, se comprometen más, se esfuerzan más porque tienen que hacer el doble de esfuerzo que los hombres para que las reconozcan como inteligentes, por ejemplo.

Las mujeres artistas para ser famosas tienen que estar muertas y venden mejor la Obra las lesbianas, las locas, las tristes, las suicidas y las borrachas. Ser cualquiera de esas mujeres da un poco de risa porque no vale la pena tanto sufrimiento para ser reconocido como artista, sin contar con el hecho de que en vida pocas han gozado de esos placeres. La obra de una mujer se reconoce después de haber cumplido ochenta años o tres o cuatro metros bajo tierra.

Aún no era grande

Para los tuiteros ignorantes, sin imaginación ni sentido del humor que están dudando del talento y la erudición de Estefanía Uribe Wolff rescato esta reseña que escribí sobre su libro maravilloso. Les recuerdo que fue reconocido como uno de los libros del año en 2013 y por el hecho de que Tefa no haya vuelto a publicar otros libros nadie tiene derecho a dudar de ella, de su escritura, su estilo, su fuerza ni su sensibilidad.

“Cuando lloraba y se acercaban a quitarme las lágrimas les decía suplicando: no me quiten mis tristezas. Adoraba el líquido que brotaba de mis ojos porque  era la consumación y demostración más pura de mis dolores; por eso no las llamaba lágrimas sino tristezas. Esas, que impregnaban de un olor mi trapo rosado que perdí o perdieron en una cantina de un olor que solamente mi olfato percibía”.

Unos cuantos piqueticos

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A Tefa, @tefa_ o Estefanía la conozco desde hace ya bastante tiempo si partimos de la certeza de que a través de Twitter podemos llegar a conocer a la gente mucho más y mejor que cuando convivimos con ellos. Ella se disputa el puesto de mi mejor amiga virtual con @jmalaparte. A las dos las quiero con intensidades similares y ellas se quieren un poco también aunque a veces discuten porque @tefa_ quiere seguir bebiendo y @Jmalaparte quiere que ella deje de beber. Lo que @jmalaparte no sabe es que @tefa_ comparte creencias con algunos místicos presocráticos: “Estoy segura de que en otra vida fui eso, una planta de agave macho segada por un jimador allá de Jalisco a la que luego procesaron, fermentaron y convirtieron en un tequila del que habrían de beber el mismísimo Emiliano Zapata brindando con Pancho Villa y que luego fue a dar a la casa de Frida, donde Chavela Vargas se lo encontró y se lo tomó con ella, Diego y Trotsky (pág. 24-25).

El libro de Tefa lo recibí el viernes. Siempre es emocionante recibir libros de otras ciudades o países pero este libro me emocionó más que otros venidos de mucho más lejos. Destapé la bolsa, rompí el sobre, miré su nombre y el mío con nuestras direcciones y nuestros nombres completos y adentro estaba su libro:  Aún no era grande, de Estefanía Uribe Wolff. La llamé y deseé con todo mi amor que me fascinara su libro y, claro, me fascinó, es un libro digno de mis ojos: literatura colombiana escrita por una mujer digna de ser leída con atención, digna de ser recomendada por alguien como yo. Lo leí el sábado, hoy es domingo, me levanté temprano, lo volví a leer y ahora me dispongo a escribir sobre esta belleza.

Es un libro de 57 páginas compuesto por diez textos breves con varios temas recurrentes: el coqueo, las tristeza, el dolor, el vómito, las supersticiones, el alcohol, Frida y Carolina Sanín. Mientras los leía pensaba que tal vez yo también debería publicar un libro, la experiencia de leer en pantalla no se compara con la experiencia del lector ante el papel con un resaltador rosado en la mano y un micropunta para hacer anotaciones sobre lo que se ha resaltado. Las palabras de Tefa merecen la letra impresa, la experiencia única que implica leer en papel, ver cómo se va transformando el libro a medida que transcurre el tiempo y vamos dejando marcas de cada una de las lecturas. Es un libro con dedicatoria, a primera vista pensé en la letra de una niña de colegio, pero cuando terminé de leer y volví a revisarla noté la mano temblorosa de quien escribe en el libro: “Tiemblo, es inevitable. Y no es miedo, ni es frío, ni es rabia, ni angustia, ni desazón. Tiemblo porque sí, desde siempre, por lo que me tomo en las mañanas y durante el día. Pastillas y café: una para la gastritis, otra inmunosupresora, otra azulita que no sé bien qué hace y otras dos blancas que me permiten ser gente…  Todas hacen temblar”. (pág. 31). Con esa misma mano temblorosa Estefanía escribió con tinta negra: “Para mi muy querida amiga Elsy (un corazón gordo dibujado) con amor, Estefanía Uribe W.).

La primera historia arranca con el bendito coqueo: “El coqueo es una cobija pequeña en forma de conejo que me regaló un amigo de mi papá cuando nací” (pág. 13) y el amor que Estefanía profesa hacia esa cobija devenida en trapo sucio y feo casi me hace llorar, yo que no lloro desde hace más de treinta años. El coqueo se perdió en una cantina: “Con el coqueo limpian regueros de aguardiente, mocos de borracho y no de niño y ya no es ni siquiera rosadito sino gris y feo, le cortaron las orejas, le quitaron el borde de satín y ya ni siquiera era un conejo” (pág. 15). Nuestra heroína recupera su coqueo porque lo reconoce después de mucho tiempo en la cantina donde quedó abandonado: “Mi llanto tiene  la particularidad de impregnar las cosas por siempre, con todo y un olor característico” (pág. 26).

Aún no era grande no es literatura infantil, no es una novela, tampoco es una colección de cuentos, nos recuerda la prosa de Fernando Vallejo y la de Juan Rulfo: “Al lado del río Cauca, entre Bolombolo y Concordia, quedaba La Herradura. Ya no existe… Y en ese lugar del mundo las estrellas son tantas, tantas, que el cielo parece blanco con manchas negras… Abajo, luciérnagas y cocuyos en un danzar extraño parecían hacerle espejo a la bóveda celestial” (pág. 19).  Es una prosa premeditada, escritura pura, atención y cuidado en la combinación de palabras y sonidos, una verdadera delicia para los ojos y para los oídos y de una tristeza más triste que la de los narradores jaliscienses de algunos cuentos de  Juan Rulfo; pero no es una vil copia de ningún autor, es la obra de una mujer y plasma temas que otras mujeres no se han atrevido a plasmar en la literatura colombiana. Esa es la gran novedad.

La mujer retratada por Estefanía no es una modelo SoHo siempre lista para ser penetrada sino una mujer de carne y hueso: “Sí, calma, y al otro día da temblor. Como el tiempo, pensamientos y obsesiones se detienen por un instante y todos los órganos con terminaciones nerviosas  se anestesian: el clítoris, por ejemplo, es como un miembro fantasma, y creo que es lo que sienten las personas mutiladas con sus pedazos faltantes. No hay lubricación y una penetración duele mucho. ¿Cómo harán la señoras casadas? ¿Y las que tienen novio? Bueno, yo no soy casada ni tengo novio. Punto a mi favor (pág 32).

Hay varias mujeres amadas en el libro, las que más sobresalen son la abuela Lucinés, Frida Kahlo y Carolina Sanín. A través de la abuela se recrea el amor a primera vista que solemos tener con un familiar muy cercano, a través de la  artista mexicana se recrea el  dolor del cuerpo femenino -la fuerza sacada a través de ese dolor- y a través de la escritora colombiana, llamada Justina en el libro, se recrea la sabiduría, la madurez, las profecías cumplidas pronunciadas por la sabia. Es en estas citas donde mejor se reconoce la voz de la autora con toda su originalidad, ella está obsesionada con lo femenino y no necesita que un hombre le explique su comportamiento, ella misma se encarga de hacerlo. En “Unos cuantos piqueticos”, el último relato, es donde mejor podemos apreciarlo:

Y el dolor de Frida  no es por la sangre que le escurre de su cuerpo desnudo. Ella siente un dolor que va más allá de esa pintura y de la sangre, de los piquetes… Tatuajes, los tatuajes son unos cuantos, infinitos, incontables o innumerables piqueticos… Sangre que sale de uno mismo, de las mujeres, sangre que hacía que las niñas  se volvieran mujeres. Que crecieran, por chillonas, ¿yo por qué? ¿Yo para qué iba a querer senos si me gustaba quitarme la camisa para jugar lo que fuera cuando hacía calor… Y el día que lloré, que me vieron llorar, fui a hacerme mi primer tatuaje, ese de la virgen que vino a tapar la mariposa. Punto por punto, aguanté un martirio de siete horas justo en la columna, el lugar del cuerpo que más le jodió la vida a Frida, que la invalidó e hizo que sus yesos en forma de corsés fueran obras de arte. La sangre me brotaba por la espalda baja y era de colores, de muchos colores.

Es mejor derramar sangre que lágrimas. Aguantar unos cuantos piqueticos. (pág. 56-57).

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