Aquí no creemos en ningún Dios de mierda

Cuando era niña me llevaron obligada a estudiar y me dejaron abierta la posibilidad de ir a misa, formar parte de una iglesia, confesarme, comulgar, rezar el Santo Rosario y todo lo demás. Cuando tenía diez años y estudiaba en un colegio que sentía como un campo de concentración con sus filas, sus uniformes, sus timbres, sus coordinadores y todo lo demás no recuerdo por qué terminé haciendo mi Primera Comunión y fue en ese evento y en el proceso cuando supe que no creo en ningún Dios de mierda y en ninguna Iglesia.

La preparación no la recuerdo, recuerdo la Confesión. Siendo yo en esa época una niña un poco malvada ya me presenté ante el confesor como una santa, no tenía ningún pecado, no recordaba haber tenido ni siquiera un mal pensamiento y al pobre hombre le pareció chistoso preguntarme cómo iba en el colegio y no iba muy bien, claro. Me pidió que como penitencia mejorara notablemente mis calificaciones para alegrar al Creador. La Primera Comunión fue el viernes y ese fue el último día que estuve en ese colegio. Sin dar ninguna explicación le dije a mi papá que no quería seguir estudiando y él complaciente como siempre me dijo que me quedara descansando en la casa sin molestar a nadie como me gustaba. Tal vez esa fue la primera lección de humildad que le di a un poderoso, a un pobre tonto que gozaba burlándose de los niños, asustándolos con demonios, pecados, infiernos y todo lo demás.

Seguí estudiando obligada y me aparté de la iglesia con furia. Nunca pude entender por qué me indignaba tanto pensar en todo lo que hay alrededor de la fe en Dios, las oraciones, los santos, la virgen, las almas… Mientras escribo estas líneas tiemblo de ira recordado la sensación pero como en Colombia hay bautizos, primeras comuniones, matrimonios y funerales estuve en guerra durante mucho tiempo con las misas a las que nunca quería ir. Terminé soportándolas como a los treinta años sentada en la banca sin ponerme de rodillas bajo ninguna circunstancia y evitando oír el sonsonete eterno que se repite siempre y no tiene ningún sentido para mí. Recuerdo bien que en el funeral de mi mamá tuve una discusión magnífica en la sala de velación al lado de ella en esa situación tan incómoda y estoy segura de que si hubiera estado viva hubiera llorado un poco y reído bastante con mis cavilaciones sobre la vida y la muerte, Dios, el cielo, la salvación, la vida eterna y el encuentro con el Creador.

A lo largo de la vida he conocido bastante gente ya, gente ignorante y culta, gente inocente y perversa, gente varada y gente sin problemas económicos y sólo he conocido entre toda esa gente a dos hombres que puedo pensar como ateos entre una multitud de falsos rebeldes y entre amantes de la fe y de la iglesia un poco avergonzados de su formación religiosa y sus creencias aprendidas en la infancia con la familia o en el sistema educativo. No sé si me conmueve más la inocencia de la gente que por todo le da gracias a Dios aunque viva en las peores circunstancias o la gente que no quiere creer pero cree y quiere ser libre pero tiene una cadena y quiere no sentir culpa pero el pecado lo carcome y lo lleva a la vergüenza o a la desesperación, incluso al ocultamiento de la fe, del amor a Dios que comparte con su familia, el Dios castigador que no deja en paz a la gente que fue bien educada en la infancia.

Vida de barrio

Dentro de una semana completamos seis meses de cautiverio en Bogotá y esos seis meses bastaron para que fuéramos domesticados como el animal que somos. Lo más gracioso de todo es que me acostumbré a la definitiva vida tranquila y me gusta mi vida de barrio aunque no hable con ningún vecino; sólo hablo amablemente con vendedores y cajeras, como siempre.

Adiós casinos, cafés, librerías, salas de cine, bibliotecas, universidades presenciales, bares, ferias del libro, restaurantes, compra de ropa, morrales y maletas de todos los estilos para cargar libros, fotocopias y agendas. Renuncio a todo eso porque lo que más me gusta en la vida es renunciar.

Hoy fui al Centro después de seis meses y es mucho peor que el desastroso Centro de hace cinco años. Hoy usé Transmilenio para llegar al Centro y solo vi rostros tristes de personas vencidas por la vida. Renuncio también al Centro y al transporte público.

Lo más probable es que me quede en mi vida de barrio hasta cuando pueda irme a vivir al campo rodeada de animales y plantas. Para evitar a los vecinos bastará una buena cerca y seis o siete perros grandes que le muestren los dientes a todo aquel buen samaritano que deseo saludar a esta pobre viejecita.

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Educación presencial, educación a distancia, educación en línea y consejera espiritual

Mi primera experiencia como profesora fue cuando tenía dieciocho años, era profesora de un grupo de niños de quinto de Primaria. Cuando tenía veintidós fui profesora de grado once y luego retomé la docencia cuando tenía treinta y dos años;  desde 2002 he sido profesora universitaria sin pausa y me he divertido tanto como cuando tenía dieciocho años.

La experiencia con los niños de quinto de Primaria fue reveladora porque supe en qué consiste la seducción, el poder de la palabra y de la risa, yo era una especie de niña jugando con veinte niños más pequeños que yo y la mejor clase era educación física porque me los llevaba a un parque grande y la única disposición de la Maestra era: ¡A jugar! Jueguen a lo que quieran, disfruten el uniforme de educación física para ser absolutamente libres y no se vayan a matar porque yo sería la responsable de lo que les pase. Esos niños corrían como locos y me adoraban porque los dejaba hacer lo que les daba la gana como niños de diez años una vez por semana.

Mi experiencia con los estudiantes de grado once fue muy graciosa porque yo a los veintidós años parecía una señora rancia con la gente de mi edad, lo que más deseaba era tener treinta porque la juventud me parecía superficial y de risa fácil; en esa época era cuando más leía y era un poco arrogante con esos muchachos y muchachas que tenían dos o tres años menos que yo. No soportaba a las niñas con su maquillaje ni las parejas de enamorados del salón, eso me fastidiaba mucho. Una vez le dije en tono altanero a una niña con su espejo en mano: ¡Usted puede ser mayor que yo pero guarda el espejo y oye lo que estoy diciendo porque yo sé más que usted! Un día me cansé de ese colegio y renuncié para seguir descansando durante varios años más.

En 2002 -después de haber terminado la maestría en el Caro y Cuervo- una amiga me preguntó si me gustaría trabajar en la Universidad Central, eso fue hace dieciocho años. Allá soy profesora de hora cátedra porque sólo aspiro al ascenso espiritual y lo que más valoro de la vida es el tiempo libre. Ser profesor catedrático no da prestigio pero ha sido el trabajo perfecto para mí. Una de las grandes ventajas de ser profesora de la Universidad Central es que he pasado por diferentes dependencias: Humanidades y Arte, Creación Literaria, Cursos de Contexto, Departamento de Ciencias Sociales y ahora estoy en la Escuela de Estudios Transversales. Mi especialidad son las Electivas, me gustan mucho esos retos. Durante todo este tiempo he podido conocer estudiantes de todas las ingenierías, Música, Contaduría, Economía, Derecho, Comunicación Social, Publicidad, Mercadología y otras carreras que en este momento no recuerdo. Soy persona de retos y en la Central mis jefes siempre han confiado en mí, hay libertad de cátedra, cero censura y total respaldo al profesor; he navegado por los temas más sorprendentes especialmente en Publicidad y Mercadología y son estas dos carreras las que me han brindado las revelaciones más sorprendentes como profesora y como aprendiz porque en mi larga carrera he conocido gente muy diversa y he aprendido mucho más de lo que hubiera podido aprender si fuera una profesora de literatura que siempre da la misma materia.

En 2012 una amiga me preguntó si me gustaría trabajar en la Universidad Pedagógica Nacional y encantada dije que sí porque tenía curiosidad sobre cómo sería la experiencia en una universidad pública. Esa ha sido mi segunda gran experiencia como profesora porque me ha permitido contrastar, ver ventajas y desventajas en la educación pública y en la privada. Después de ocho años de experiencia sé que son universos diferentes. En la Pedagógica he pasado por la carrera de Lenguas y por algo llamado Núcleo Común que encierra el área de lenguaje para cuatro carreras: Educación Infantil, Educación Especial, Educación Comunitaria y Psicopedagogía. De esa experiencia lo más gratificante fue todo lo que aprendí con los estudiantes de Educación Comunitaria, es la gente más apasionada que he conocido en mi carrera como profesora. Desde hace un año y medio trabajo en la Pedagógica en Educación a Distancia y esa experiencia fue el mejor tránsito para acceder a la obligada educación en línea a la que nos condenó a todos los profesores del mundo la pandemia. En Colombia más del 80% de los profesores eran profesores de educación presencial, yo era una de las pocas privilegiadas que conocía la teoría y un año de práctica en Educación a Distancia, esa maravillosa experiencia me dio la posibilidad de hacer nuevos experimentos con estudiantes de educación presencial que no esperaban terminar hablando con su profesor a través de una llamada sin video.

El semestre pasado fue un poco caótico para muchos pero este brilla con mucho resplandor, empezamos hace dos semanas y estoy gratamente sorprendida porque he descubierto que una clase en línea con estudiantes de educación presencial puede ser más emocionante que en un salón de clase si es el tipo de materias de las que me ocupo. Todo es muy hermoso pero la pandemia no termina todavía y la economía colombiana está pasando por su peor momento. Muchas universidades van a quebrar y se van a perder más de cinco millones de empleos en 2020. Los profesores universitarios están en alto riesgo de perder su carrera si se llegan a derrumbar instituciones enteras.

En vista de que las universidades públicas y privadas están en riesgo de terminar en bancarrota y dependo de mí misma desde 2002 he creado mi primer emprendimiento como si fuera una bendecida y afortunada cuyo trabajo es su motor y estoy absolutamente sorprendida porque ahora siento que no soy solo una profesora sino una consejera, confidente, mujer que oye y está dispuesta a imaginar lo que mi interlocutor espera para poder complacerlo. Usamos Google Meet sin cámara y entonces termino haciendo una de las cosas que más me gusta hacer en la vida desde que tengo uso de razón: hablar por teléfono. Hablo con grupos de 45 estudiantes, con grupos de 17, con grupos de 2 y hablo con una sola persona. Estando con cuarenta y cinco me siente tan realizada como hablante como cuando hablo con una sola persona porque esa es mi gran especialidad. En tiempos de pandemia mi vida consiste en hablar casi la mitad de cada día por teléfono con gente que aprecio y conozco desde hace mucho tiempo, familiares y amigos. He estado en el teléfono hasta la una de la mañana y he hablado durante cuatro horas sin pausa.

Ahora soy La oyente, la conversadora, la voz amiga, con gente que no conozco ni me conoce y todavía no sé hacia dónde me llevará esta experiencia que me tiene absolutamente fascinada.

Hoy más que nunca puedo decir con orgullo que nunca como antes en la vida hago lo que me gusta y me pagan. Ir a la universidad, disfrazarme de profesora, soportar el transporte público y las miradas lastimeras de los transeúntes es algo que no deseo recuperar. Mi sueño es que si las universidades no se derrumban las Autoridades académicas decidan que las materias que me ocupan puedan ser ofrecidas en línea y yo seguiré feliz y realizada sentada en mi silla favorita con mis babuchas favoritas, mi sudadera favorita y mi ruana favorita tan fascinada como si estuviera en un salón de la universidad y encantada de compartir mi conocimiento y dar un poco de consuelo y palabras de aliento a personas que nunca veré a través de una cámara pero con las que nos podremos comunicar a través de la manifestación humana más pura y franca que existe: el sonido.

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Claridad mental en tiempos de oscuridad

Soy una observadora natural del comportamiento humano y varias veces he pensado que no debí estudiar literatura sino psicología para ver mejor, para saber cómo ayudar a las personas que sufren, aunque también sé que cada quien se salva a sí mismo y  mucha gente es su propio verdugo.

Desde hace unos quince años he visto personas derrumbarse. El desastre que estamos viviendo en 2020 desencadenó la caída en la que veníamos desde hace ya bastante tiempo, desde 1970 para quienes conocen temas relacionados con todo tipo de crisis. La peor pesadilla consiste en que a pesar del desastre -incluso en tiempos de pandemia- le piden a la gente que sonría, sea feliz, se llene de optimismo y cree empresa desde un computador porque todos podemos llegar a ser el millonario del año aunque se hayan perdido millones de empleos en el mundo y mucha gente no tenga qué comer ni dónde vivir.

Además de ser una observadora natural soy una nadadora natural pero me gusta ir contra la corriente, desde niña si me dicen que me vaya por la izquierda escojo la derecha, si me dicen que estudie dejo de estudiar, si me dicen que sonría escojo la peor cara y si todos lloran yo decido sonreír y hacer chistes.  No es algo que haya escogido ser o hacer, es una marca, un sello de fabricación genético que ha sido de gran utilidad en tiempos de pandemia y desempleo masivo porque si la gente se hunde yo me levanto, si se preocupan yo paso el día entero hablando por teléfono y riendo, si rezan e imploran yo oigo la misa de la vecina con curiosidad, me gustaría saber por qué canta todas las mañanas como si su casa fuera un templo y Dios fuera su Salvador.

Completamos cinco meses de cautiverio y todavía hay gente en mi bello país escondida como un ratón esperando la llegada del gato que siempre pasa de largo. El miedo al virus se apoderó de los cuerpos y las mentes y una de mis grandes curiosidades es ver a esa gente escondida afrontando los problemas del futuro que se vislumbra mucho peor que el presente porque se destruyó la economía, la educación y el contacto humano. No poder ir a cine es uno de los actos que más he lamentado durante estos cinco meses, extraño los ruidos incómodos de las personas viejas y enfermas que van a una sala oscura a dormir mientras matan las últimas horas de vida.

Después de cinco meses más y más personas se terminan de hundir en su propio miedo mientras que yo después de cinco meses siento que me levanto en una especie de delirio, producto de mi claridad mental, como si fuera una iluminada, una esquizofrénica, una habitante de calle, una comedora de hongos o una marihuanera avezada. Me gusta caminar por calles desiertas como de después del fin de los tiempos, me gusta disponer de tanto tiempo para perderlo en el simple pasar de las horas y sentir que estos cinco meses han sido una especie de retiro, unas vacaciones de otras formas de descanso y diversión.

Si Schopenhauer estuviera vivo estaría absolutamente orgulloso de mí porque llevé al límite su sueño dorado, lo que llaman ahora el poder del ahora. Con la pandemia descubrí que no tenía nada que matar, nada de lo que tuviera que despojarme, nada que perdonar, dejar ir, saber perder, no he perdido nada porque no tenía nada y tampoco dependo del ayer ni del mañana. Lo más sorprendente de todo es que este Camino no me costó ningún esfuerzo. Siempre soñé con ser una especie de mendiga, un cero a la izquierda, una persona digna de risa y de lástima porque no tengo sueños ni aspiraciones, porque no me gusta viajar, ir a conciertos ni conocer gente influyente en lugares influyentes. Todo ese mal gusto mío, toda esa mediocridad, se han convertido en una especie de tesoro en un momento en el que todos los valores estaban invertidos y lo que de verdad importaba no era ser sino parecer.

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Precariedad laboral en profesores universitarios colombianos

Desde 2002 trabajo en una universidad privada y desde 2012 trabajo en una universidad pública, en la universidad pública y en la privada he visto los mismos vicios y muy pocas virtudes. El profesor de la universidad privada tiene más estatus, o cree que lo tiene, pero el profesor de la universidad pública sabe más y es más apreciado por los estudiantes.

Los estudiantes de las universidades privadas tampoco son como los estudiantes de las universidades públicas: en las universidades públicas hay muchos estudiantes privados de las necesidades básicas y las universidades privadas son espacios sociales en los que la gente se mide por el precio de la matrícula, la ropa que lleva puesta, el sitio en el que bebe y en el que baila; los libros que ha leído o la elegancia del estilo en sus textos escritos y  sus presentaciones orales carecen de importancia y en eso se parecen los estudiantes de las universidades públicas y privadas: lo que menos importa es el conocimiento o la investigación porque estudiar es un estilo de vida, una especie de cultura urbana, y por la misma razón no hay compromiso y no es una elección consciente, mucha gente no sabe por qué estudia en la universidad y la mayoría de la gente que estudia lo hace pensando en sembrar para recoger, piensan en la futura remuneración económica y aspiran a ganar mucho más de lo que uno podría llegar a imaginar.

Hace quince años los profesores universitarios todavía eran arrogantes y presumidos, desde hace siete años sólo sé de dramas y frustración porque la universidad colombiana está en una especie de derrumbe y de esta situación no se escapa la universidad pública ni la privada. La pandemia está sacando a flote todos los problemas de la Nación y lo que se estaba derrumbando amenaza con desaparecer para siempre. Lo más trágico de todo es que muchos profesores universitarios tienen hijos, pagan arriendo, se hacen cargo de los padres, tienen deudas y están en el mismo riesgo de llegar a la pobreza extrema como la empleada doméstica que perdió su empleo de mierda en la pandemia.

En la universidad privada no he visto nunca reclamos ni manifestaciones porque la universidad privada es por sobre todas las cosas una empresa y si un profesor se pone muy crítico ese profesor no vuelve a ser visto en la universidad; en la universidad pública sí hay protesta y descontento pero cada semestre es más dramático que el anterior, las condiciones laborales son peores a medida que avanza el tiempo y todos lo tenemos bien claro.

La mayoría de los profesores universitarios colombianos tienen un carrera profesional y una maestría y a medida que pasa el tiempo trabajan más y ganan menos, el trabajo se ha convertido en una especie de reality y cada semestre son despedidos de sus puestos de trabajo una cantidad mayor de profesores porque se matriculan menos estudiantes y aparecen nuevas tecnologías que hacen prescindible la contratación de más seres humanos porque la inteligencia artificial llegó también a las universidades colombianas.

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¿Dónde quedará el estatus de los profesores universitarios?

No es mi posición social lo que me hace acaudalado, sino mis juicios; y éstos puedo llevarlos conmigo… sólo ellos son míos y no pueden serme arrebatados.

Epicteto, Discursos (h. 100)

Cuando descubrí la educación quise salir corriendo de allá pero en Colombia si no eres bachiller no puedes trabajar ni siquiera en un D1 o en un Oxxo, si no tienes una carrera profesional no vales nada socialmente y si no tienes una maestría no puedes ser profesor universitario. Yo no quería ser profesora universitaria pero desde hace cuatro meses estoy dando clases en línea a estudiantes que se matricularon para recibir clases presenciales. Esas clases las recibe de forma más o menos similar el estudiante del Sena, el de la Nacional, el de la Javeriana y todos los demás, incluidos los estudiantes de Bachillerato, Básica Primaria y Jardín. No he dejado de pensar dónde quedará todo el despliegue social de profesores y estudiantes de universidades en Bogotá, la ciudad universitaria del país pobre, ignorante y arribista llamado Colombia.

Yo quería ser Intelectual pero no quería títulos universitarios y eso en Colombia es imposible porque leer por leer se ve como tiempo perdido; aquí la gente no estudia porque le gusta leer y escribir sino porque quiere tener plata y ascender socialmente, se comparte la idea de que se logra estudiando en la universidad y no en cualquier universidad, por supuesto.

Descubrí la palabra Intelectual cuando tenía doce años y a partir de ese conocimiento quería armar el edificio entero de mi vida, quería ser intelectual sin haber terminado el bachillerato y sin haber pasado por la horrorosa universidad colombiana porque cuando tenía trece o catorce años supe que en Colombia la universidad no es sinónimo de educación sino de estatus, un espacio en el que vales lo que pagas, la ropa que llevas puesta, el sitio donde vives, los amigos que frecuentas y las bebidas alcohólicas y las drogas que consumes.

Después de haber sido estudiante universitaria durante seis años y profesora durante diecinueve, viendo el panorama mundial en plena pandemia y recordando mi tránsito por la universidad, las bibliotecas, las zonas de estudiantes, las salas de profesores, los cafés, las ferias del libro,  los eventos culturales y sociales alrededor del vino y el whisky, el ascenso y la autoridad me pregunto dónde quedará el despliegue fastuoso de los «intelectuales» colombianos que valían porque iban de avión en avión y de hotel en hotel con su aura de Autoridad dispuestos a intimidar con su estilo en auditorios donde la gente estaba dispuesta a creer todo lo que decían aunque a veces no entendieran de manera clara el discurso porque algunas reflexiones son muy complejas y a veces los profesores universitarios colombianos citan o cantan en otras lenguas.

Ahora que todos estamos encerrados y nadie ve nuestros títulos, teléfonos, carros, ropa, nuestra forma de caminar, hablar, comer, sonreír… Nadie puede viajar ni ser elegante mientras atraviesa un pasillo y hace ruido con sus zapatos. Todos estamos al frente del computador hablando o escribiendo para tratar de impresionar porque no sabemos qué pasará con la universidad colombiana en 2021 y 2022 y como somos tan pobres y sólo devengamos un salario podríamos terminar con la mano extendida en una calle cualquiera igual que las cajeras de Claro que se quedaron sin empleo porque ahora sólo reciben pagos a través de medios electrónicos.

Un profesor universitario en Colombia hace seis meses era un ser humano hundido en la incertidumbre porque la universidad estaba en crisis, la pública y la privada. La deserción siempre ha sido uno de los grandes problemas de la educación en Colombia y en los últimos años la situación era cada vez más preocupante. En Colombia mucha gente ha dejado de creer en la educación como la mejor forma de ascenso social y económico y ahora que estamos encerrados los profesores dependen de los estudiantes que se matriculen. En pocas palabras, los profesores universitarios son una simple fachada como lo son tantos profesionales y lo que provoca un poco de alivio es saber que esta situación no es exclusiva de Colombia, antes de la pandemia se hablaba de precariedad laboral, de gente joven que ni estudia ni trabaja porque no cree en el estudio ni en el trabajo y de gente que ha estudiado mucho y ha escrito más de cien artículos científicos que nadie ha leído y no tiene trabajo, nadie lo contrata porque trabajo no hay.

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La educación en línea me ha vuelto más paciente

Completé casi tres meses «dando clase» en línea y como me encanta escribir decidí usar sólo la escritura para comunicarme con los estudiantes que fuimos sorprendidos por la pandemia en el momento más idílico y perfecto del semestre: en el comienzo.

Estando a punto de terminar el semestre con la mayoría de ellos siento que ha sido una experiencia divertida y que algunos aprendieron mucho más y se esmeraron mucho más que en las clases presenciales porque podían repetir sus trabajos varias veces después de hacer observaciones en el Drive. Sospecho que ellos no gozan durante tres horas viendo la cara del profesor o la profesora por una cámara y en cambio puede ser muy divertido comunicarse a través de la escritura porque en la escritura no hay silencios incómodos y nadie está obligado a participar si todo está claro en la epístola que envío cada tres semanas y en los recordatorios de actividades pendientes cada semana.

Envío una especie de carta con todos los detalles escrita con esmero, ellos pueden preguntar lo que deseen a través del correo y también conversamos a través del Drive. Ya tenía experiencia en educación virtual a través del Moodle y por eso no fue difícil entrar en contacto con más o menos 140 estudiantes desde un computador, pasar de la realidad absoluta y la experiencia digital.

La nueva paciencia mía consiste en que debo transmitir la misma suavidad y dulzura que me caracterizan en tiempo real pero ahora por escrito y eso obliga a ser más cuidadoso y sutil. Ahora siento que ese cuidado y esa sutileza han pasado a convertirse en una norma no sólo cuando estoy «en clase» sino también en el blog y durante los dos últimos días en interacciones a través de Twitter.

Atrás quedó la agresividad a través de la escritura y es una ganancia porque la ira y el conflicto desgastan mucho y amargan la vida.

La pelea  y el bochinche no me hacen falta.

Estoy convencida de que hay materias que se pueden dar en línea de manera casi más efectiva que a través de la presencialidad y ojalá pudiera compartir mi experiencia con otros profesores y oír otras experiencias, claro.

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Los profesores no somos héroes

Soy profesora desde hace veinticinco años y cuando era niña no soñaba con ser profesora. Recuerdo mi primer día de clase como uno de los momentos más tristes de la vida porque yo no quería estudiar y estar con gente desconocida, lo que quería era dormir hasta tarde; me parecía injusto que teniendo apenas cinco años me impusieran un sistema carcelario con celdas, uniformes, filas, guardianes, tareas, timbres, horarios y todo lo demás.

Nunca me acostumbré a esa cárcel y por eso terminé el bachillerato de noche. La gran liberación fue dejar el uniforme, las filas, la dirección de grupo y la amenaza de ser anotada en los libros de mal comportamiento.

No entiendo por qué terminé el bachillerato y entiendo menos por qué estudié en la universidad si rechazo las poses intelectuales, la superioridad moral y el conocimiento impuesto. Tampoco entiendo por qué estudié literatura y, como si no fuera suficiente, tampoco entiendo por qué terminé estudiando una maestría, también en literatura, si la literatura es elitista y yo siempre me he considerado hija del pueblo. Lo más lógico hubiera sido haber estudiado sociología.

Era tan buena estudiante, estaba tan domesticada, que antes de terminar la maestría ya estaba destinada a la cátedra universitaria.

Al comienzo fui una profesora implacable y con el paso del tiempo me he ido convirtiendo en un mejor ser humano con las personas más jóvenes que yo. No creo que la mayoría de los profesores universitarios sean grandes intelectuales ni grandes lectores y tampoco creo que sean más inteligentes y creativos que los demás empleados. Me cuesta creer que todavía haya gente creyendo que la mayoría de los profesores aman su profesión y tampoco creo que sea uno de los trabajos más útiles. Hay muchos profesores que son profesores porque no lograron sus sueños o no encontraron otros trabajos y no precisamente porque amen el conocimiento o la pedagogía o porque tengan mucho que decir, enseñar o compartir.

En tiempos de pandemia convirtieron en héroes y aplauden desde los balcones a  los médicos y me parece muy ridículo que ahora quieran convertir también en héroes y aplaudan desde los balcones a los profesores porque los profesores no son héroes sino asalariados y el próximo semestre es muy incierto para todos estos supuestos genios porque no nos podemos imaginar cómo será el panorama educativo dentro de tres meses.

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Educación superior en tiempos de pandemia

¿Cómo será la vida, la economía, el trabajo, las relaciones humanas, el sexo, la rumba, el consumo de alcohol y cigarrillos, la forma de saludarnos y despedirnos después de la pandemia? ¿Desaparecerá nuestro restaurante favorito? ¿Cuándo podremos ir a cine de nuevo? ¿La biblioteca la volverán a abrir? ¿Cuándo volveré a ver a mi familia? ¿Cuánto tiempo puede soportar un ser humano sin hablar con nadie cara a cara? ¿Qué va a pasar con las personas que vivimos solas y no tenemos perro ni gato si es cierto como dicen algunos que la vida volverá a la normalidad en 2022?

Son muchas preguntas y pocas respuestas y nadie tiene la última palabra porque nadie sabe cuándo terminará esta pesadilla sin fin.

Acabo de leer esta triste noticia de los que le apuestan a los cambios radicales y están felices porque el confinamiento va a acelerar el cambio tan rentable y deshumanizado que siempre temí.

Dice la noticia: «La educación superior ha sido lenta en la transición hacia la enseñanza online, pero ahora que el sector se ve forzado a ofrecer módulos en línea, las universidades probablemente no volverán al status quo previo.

Hay grandes oportunidades en la educación online, en términos de nuevos mercados para estudiantes y una oferta más barata».

La noticia es cierta, la universidad sigue siendo más o menos igual que hace veinte años. Profesores y estudiantes éramos absolutamente felices enterrados en el pasado y sospecho que muchos tememos el triste desenlace, el desastre que sería imponer la educación virtual en un país obsesionado con la interacción social.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-51993353

¿La crisis de las universidades públicas y privadas en Colombia tiene que ver con esperpentos tipo Platzi?

Hay universidad del porno, están por abrir la universidad para youtubers y muchos  jóvenes creen que es mejor ser prepago, modelo webcam o trabajar en un call center que estudiar en la universidad porque todo se reduce a ganancia fácil y rápida sin pensar en ética ni en desarrollo, en sociedad ni en futuro.

Ayer me enteré de la existencia de Platzi, una «universidad» que ofrece cuarenta carreras y quinientos cursos.

He aquí a una de sus «maestras»:

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Al parecer Platzi es un emprendimiento creado para engañar inocentes con la ilusión de que se van a volver millonarios si toman los cursos y hacen las carreras; los jóvenes desesperados entregan la plata pensando que van a empezar a facturar muy pronto gracias a las enseñanzas de sus magníficos profesores y después de la ceremonia de grado virtual se estrellan contra un muro de concreto, eso es lo más seguro. De millón en millón los creadores de Platzi son unos absolutos triunfadores, les ha ido muy bien en la economía naranja.

El problema no es sólo la crisis laboral, es todavía más lamentable que gente como la creadora de estos espacios engañe a los desesperados vendiendo mentiras que hacen pasar por educación.