Los pelos de la cuca. ¿Cuchilla o cera?

Con ustedes los dramas personales de Fátima Vélez, autora de Volcánicas, la «revista» dizque feminista fundada por Catalina Ruiz-Navarro e Ita María, las reinas de la depilación y la banalidad. Me siento sucia reproduciendo fragmentos del texto titulado «Feminismo peludo» pero quiero dejar constancia de las tonterías que obsesionan a las mujeres colombianas después de más de un siglo de feminismo. He leído el texto completo varias veces y entre más lo leo más me sorprende la banalidad que exuda.

¿Por qué Colombia es un país estancado y lo que quieren hacer pasar por feminismo es el conservadurismo más lamentable y la sumisión femenina consentida por mujeres que se agrupan para celebrarse las tonterías?

¿Por qué un tema sin importancia como depilarse o no se convierte en un asunto filosófico para esta mujer y confiesa sin asomo de rubor que pasa horas enteras cada día rompiéndose la cabeza con semejantes cavilaciones como si se tratara de temas serios o trascendentales? Se jacta además, y como si fuera poca cosa, de hablar de los pelos de la cuca con las amigas que por lo visto están todavía más sometidas por los machos que la aclamada poeta colombiana. Son chicas Vogue y Cosmopolitan, nadie lo duda.

Dice la poeta en Volcánicas:

En mi cuerpo, para ser más específica, en mi piel, la semana termina con una sesión de depilación con cera hecha con un kit casero encargado por mi hija de once años por amazon, todo con tal de que ella no cumpla su amenaza de usar la cuchilla de afeitar. Por nada del mundo uses la cuchilla, le ruego, porque vas a arrepentirte, además, solo tienes once años, lo mejor sería que no te depilaras nunca, que no te importara, le digo, pero ella desconfía, con razón, de lo que le pido, habiéndome visto, a mí y a mis hermanas, sometiéndonos a todo tipo de tratamientos absurdos, caros y dolorosos con tal de no tener un pelo mal puesto. 

Fue así como la depilación se volvió una forma de control sobre el cuerpo de las mujeres a través de la vergüenza de parecer especies inferiores. De esta vergüenza se valió la marca Gillete, en 1915, para promover la primera cuchilla de afeitar femenina, la Milady Decolletée: “Una hermosa adición a la mesa de baño de Milady -y una que resuelve un problema personal vergonzoso”.

Lo que he podido comprobar desde que me depilo, que esos sí son tiempos inmemoriales, es que entre más se aferra una en quitarse los pelos, más se aferran en crecer. Ya quisiera que creciera así, con esa contundencia, el pelo de la cabeza. Pero no. Y me pregunto si habría que emprender una persecución en su contra para que el pelo de la cabeza se aferre al cuero cabelludo, para que tome esa resistencia del vello púbico cuando llevamos más de veinticinco años en la tarea de hacerlo desaparecer. Yo, con todo lo que lo desprecio, admiro esa fortaleza. Esa persistencia del folículo piloso. Ese hacerse más grueso a medida que menos se quiere. Ya quisiera tener la fuerza de ese vello. Ya quisiera que las plantas crecieran así cuando se podan. Que las uñas crecieran así cuando se liman. Tan bonitos, podría decirse, si no hubiéramos crecido en un mundo donde los pelos en piernas, cara, pubis, brazos, axilas de las mujeres son todo menos “bonitos”. 

Yo me pregunto, como muchas mujeres que conozco, si no sería un acto realmente feminista dejárnoslo crecer. Que nuestro vello sea todo lo libre que queremos ser nosotras. Y con feminista me refiero a crear una alianza de libertad con nuestros vellos, un acto que acabe con los rituales que perpetúan el estereotipo de la mujer lampiña como la mujer deseable. Insertar un nuevo criterio de belleza, así como la práctica de quitarse los vellos se instaló algún día en nuestros patrones. Ir desinstalando esa trama e instalar la de los vellos a su libre albedrío. 

Tal vez de esta pulsión de normalización de los vellos toma provecho la marca de cuchillas de afeitar Billie, que se vende como una máquina que valora la decisión de las mujeres de depilarse o no. La campaña de Billie es la primera en la historia de la publicidad en que modelos de una máquina de afeitar exhiben su peludez en todas partes de su cuerpo, como parte de una estética. El mensaje es: “Te ves bella te depiles o no, es tu opción, pero acá estamos si alguna vez te los quieres quitar”. Me pregunto si ver nuestra posibilidad de decisión como parte de una campaña publicitaria no convierte nuestra decisión en un producto. Quizás detrás de Billie hay personas que conocen muy bien las situaciones paradojales que tanto atraviesan las vidas de las mujeres, para ofrecer un producto que supuestamente nos acepta peludas, pero que, con el solo hecho de existir, privilegia una opción frente a otra. Billie no muestra cómo crecen los pelos después de usar la Billie.

Pienso en todo esto por lo menos cuatro veces al día. Me gusta mi piel tersa, sin pelos, me gusta la sensación. Verme y tocarme recién depilada. Y cada vez que toco mi piel de recién depilada, me pregunto si lo que estoy tocando no es un gusto adquirido por unos modelos de belleza en los que no creo. Para empezar, ya la belleza es una noción bastante cuestionable y esclavizadora. Que las mujeres gastemos nuestro tiempo, nuestros sueldos, nuestra energía en productos y rituales para mantenernos jóvenes y tersas. Que, en nuestra época y en el lugar del mundo desde el cual hablo, la depilación sea un asunto más de mujeres que de hombres, aunque, saltarán algunxs diciendo que hay muchos hombres que se depilan, pero cuánto juicio no se desprende de esta práctica cuando la hacen los hombres, nos parece que eso solo lo hacen los devotos al cuerpo y al gimnasio. O ciertas mujeres, muchas, millones, más de las que querrían las activistas en pro de la liberación del yugo de la depilación.

Entonces, vuelvo a tocar mi piel, me pregunto si estoy dispuesta a experimentar en mi cuerpo esa práctica de dejar crecer todo lo que quiera crecer. Salir de la vergüenza instalada por Darwin y Gillete, y que me resbalen las miradas de las otras, y sobre todo, las miradas de los otros, que no están preparados para mujeres peludas como ellos, porque parte de la formación de su masculinidad tiene que ver con esa división entre los peludos y las no peludas. 

Hablamos mucho con mis amigas sobre esto. A mi amiga M, por ejemplo, que se depila con máquina de afeitar (como yo antes, desde los once, más o menos), su esposo no le toca la vagina cuando los pelos le están creciendo, porque dice que lo lastiman. Pero a ese esposo tampoco le gusta que mi amiga se los deje crecer, cosa que dejaría de lastimarlo, si es que ese es el problema. Ese esposo de mi amiga M le ha insistido que la solución, por favor, es que deje de afeitarse, que se haga la cera, pero también le dice que no vaya a gastar mucha plata porque tienen que ahorrar para comprar la casa a las afueras, para criar los niños que ya es hora de empezar a tener y hartos perros. Hablar sobre mi amiga M me hizo acordarme del testimonio que leí alguna vez en una revista tipo Vogue o Vanidades, de las que mi abuela siempre tiene en el baño, sobre una chica que se decía feminista porque había logrado acordar con su pareja que él le pagaría las sesiones de cera en todo el cuerpo dos veces al mes. 

Está bien. La transacción económica al menos visibiliza que la depilación no es sólo un asunto de mujeres; que es un asunto de mujeres para alimentar el status quo del deseo de los hombres. Incluso cuando las mujeres digamos que nos depilamos para nosotras mismas, me pregunto qué tanto de “nosotras mismas” hay ahí; en qué medida no es una construcción basada en lo que se espera que seamos: cuerpos lampiños, cuerpos siempre- niñas; habría que preguntarse por la dosis de pedofilia instalada en el status quo del deseo masculino en ese afán de tocarnos depiladas.

Eso de los pelitos incipientes de la cuca, cuando una se afeita con cuchilla, es una cuestión que atormenta a todas las mujeres que conozco que se afeitan. Sobre todo si tenemos pareja o una vida sexual activa. Es verdad que la cera los adelgaza, pero eso quiere decir someternos a ese ritual excesivamente dispendioso y doloroso, y en algunos países, como en Estados Unidos, donde vivo y también vive mi amiga M, puede costar entre cien y ciento cincuenta dólares por sesión. 

Hace un par de años, mi pareja, un argentino grande y peludo y muy heterosexual (aunque él dirá que a qué me refiero con eso), se metió con otra chica, un romance que duró un par de meses y que cuando me enteré casi me vuelvo loca, a pesar de todas mis ideas sobre el amor libre y demás. Una de las cosas que todavía tiene el poder de desestabilzarme es pensar en cómo tenía la cuca ella, o la concha como diría él, o el coño, como diría ella, que es española. Pelos seguro no tiene, me parece que muchas españolas que han logrado grandes movilizaciones y pensamientos feministas revolucionarios, aún están atadas a un ideal de cuerpo depilado.

Me obsesioné con la creencia de que si a mi novio le había gustado tanto la española y volvía tanto ahí tenía que ver con que la chica no tenía pelos, mientras que yo, que en esa época me afeitaba con máquina, siempre tenía esos pelitos irritados e irritantes, incluso afeitándome todos los días por la mañana, por la noche ya volvían a crecer, muy puntuales. Hubo también una época, cuando nos conocimos el argentino y yo, en que yo ni siquiera me afeitaba. No hablábamos mucho del tema, pero yo podía sentir que eso no le gustaba mucho, que se le hacía difícil chupármela, y cuando de repente, un día me afeité, de la nada, por impulso, lo notó, y me dijo, creo que me dijo, Uy, qué rico se siente. Y en ese delirio de imaginarme la cuca o concha o coño de la chica española mi espíritu feminista fue debilitándose. Me obsesioné con la depilación, imaginando una idea de cuca-concha-coño lisa, blanca, cerrada, como la de una niña. Y, sin darme cuenta, fue con la suposición del deseo del macho que me sumergí en el mundo de las diferentes técnicas de depilación. La cera, que por poco termino en la quiebra, pero también los hilos, que por poco acabo con mis cejas, un depilador, que hizo que mi piel empezara a enconar los pelos en los poros y que me creó una enfermedad, que según mi hermana se llama pediculosis, y sí, pero creo que es una enfermedad más psicológica, me obsesioné con sacarme esos pelos enterrados de todas partes, pero sobre todo, los de las piernas y de la cuca, me volví una junkie de sacarme los pelos, con agujas, y hasta con las puntas del sacador de mugre de los palitos con seda dental. Del depilador guardo la nostalgia del placer de extraer los pelos incrustados, como en mi adolescencia extraía los puntos negros de la cara. Mi hija me regañaba, pero yo seguía, hasta que la desfiguración de mis piernas necesitó atención. Entonces, decidí probar otra técnica: un láser casero que me hizo una quemadura de segundo grado en la mano, porque mi obsesión pasó a los brazos, a la cara, al cuello. 

Me pregunto por qué en las parejas heterosexuales sigue habiendo ese deber ser del depilarse, ese sensor de suavidad en la piel, al parecer más instalado en las mujeres que en los hombres. ¿Por qué no desinstalo yo ese sensor con la fuerza con que me uno a la lucha colectiva? Y si no lo desinstalo con mi propio cuerpo, ¿cómo? ¿Y si nos afeitamos juntxs? Le propongo a mi pareja, y él me dice que ni loco. Entonces no me afeito más, le digo, y él dice que no le importa, que haga lo que quiera, que de verdad, si me dejo los pelos crecer, a él le da igual. 

El kit de cera nuevo, mi hija de once años, y mi hijo de once años, mellizxs, y su pubertad. Dicen, me reclaman, que por qué los hice tan peludos. Y no sé si de tanto verme a mí obsesionada con quitarme los pelos es que ahora me piden que los depile, que les haga la cera con el nuevo kit. Algo de culpa se me instala.

Para hacerle prometer a mi hija que jamás se va a afeitar con cuchilla como yo, a su misma edad, le hago la cera en las axilas y el bigote, después de meses de ruego. Todo el cuarto queda empegotado con esa cera rosada que no sé usar. Ella, estoica, no dice nada, ni un gritito, nada, pero veo que se le humedecen los ojos. Me aterra su estoicismo, horror ante cómo prepara su cuerpo para el sometimiento que implica verse bella, o lo que creemos significa “verse bella”. Me dice que no entiende cómo yo puedo hacerlo ahí abajo. Que ella no podría. Le digo que sí, que es lo más doloroso del mundo, que nunca lo haga, que así se ve más linda. Alza la ceja, qué contradicción. Y ahí va ella, saltando, bailando de alegría, con sus axilas y su bigote enrojecido. Dice sentirse más liviana sin sus pelos y hace su primer tik tok del día, exhibiendo su libertad, sin saber que entró al tiempo (¿sin retorno?) del sometimiento -o quizás sabiendo, pero aceptándolo-, y le muestra a su hermano mellizo sus axilas sin pelos, y él viene y me ruega que le quite el bigote, y yo le digo, Pero te va a doler, y él, que es miedoso para las verduras, la oscuridad y el dolor, dice que no le importa, que está dispuesto, con tal de no tener ese bigotito púber. Se te ve bonito, le digo, No te lo quites, y él alza las cejas y me dice que por favor.
Al terminar la semana del 8 de marzo, lxs niñxs empezaron a depilarse, y la madre, cómplice, piensa en qué momento pasó esto, en vez de politizar a sus hijxs sobre la aceptación y el orgullo del vello, en vez de insistirles que eso es lo menos importante en un mundo donde están pasando cosas horrorosas, tantas cosas por las cuales luchar, y la madre lo piensa, y empieza esta conversación.

Autor: Elsy Rosas Crespo

Es más fácil si buscas mi nombre en Google.

8 opiniones en “Los pelos de la cuca. ¿Cuchilla o cera?”

  1. Que maldición la depilación, si alguien me hubiese dicho que no usara la afeitadora de mi papá, ya después del pelo afuera no hay Elsy Rosas que valga jajaja… hoy fue mi tortura y precisamente encontré tu columna, un abrazo compañera de lucha!

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  2. Uf, qué intensa, creo que hay que hablar más de lo que no tenía la española: el cacao mental de esta volcánica, qué tía más pesada. Entremos a lo imporante Elsy: ¿harás campaña como Caro Sanín a la espera de un programa en Canal Capital, un puesto en el mineducación, algún consulado o tu apoyo será libre y desinteresado? Es que tú ya lo viviste, eso de vivir de los talleres en la Lerner no es viable.

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  3. ¿Sabías que ella es hija de tremendo facho de plata, que era amigo del papá de Matilde de los Milagros, otro facho (Gabriel Germán Londoño)? Si buscas, cuando se murió el papá de Matilde, Uribe lo lamentó en un Tweet…

    Y Catalina RN también vienen de una familia por el estilo, supongo, pues para resistir todos los plagios y que no le pase nada. Lo mismo parece ITa M.

    Mejor dicho: Volcánicas no es otra cosas que una revista de feminismo neoliberal en la que las «niñas» lavan la plata de sus papitos uribistas para mostrarla como producto de su trabajo.

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  4. Busca en Google Simón Vélez, Simón Vélez+narcotráfico/ narcotraficantes. Busca Simón Vélez +Gabriel Germán Londoño. Y busca quién era el mayor exportador de guadua en Colombia. Busca los puestos que tenía y cómo fue condecorado en el Congreso, durante qué gobierno, y cómo dice Uribe que era un ambientalista. En internet hay algo de información.

    Busca también Simón Vélez + Paloma Valencia+ Billetes Petro.

    Es pura oligarquía.

    De Catalina R.N. e Ita no hay mucha información. Pero sí vienen de familias muy pudientosas. ¿Por qué a Camila B. le cayeron con toda por el plagio y a Catalina no? Ambas plagiaron en el Espectador, pero solo una fue sacrificada, la que venía de familia proleta. Yo quiero saber porque Catalina es intocable, a pesar de ser una ladrona intelectual. Eso no es normal.

    Y posan de feministas porque es una buena forma de hacerse publicidad en redes. Pero mira su agenda: están detrás de puros machos de izquierda y de cosas casi de farándula, pero apoyan el trabajo sexual como empoderamiento. Nunca las ves detrás de hombre de derecha. Solo poniendo obstáculos al petrismo.¿Cuándo las vamos a ver denunciado redes de trata y prostitución a manos de grupos paramilitares? Hay un montón de investigaciones en organizaciones serias, pero Volcánicas, por supuesto, nunca va a publicar nada sobre eso.

    Me queda pendiente también Matilda González, otra uniandina de familia de plata en Manizales. Y con el mismo perfil.

    Si fuera periodista, yo investigaría esto, porque aunque no son funcionarias públicas, sí quieren apoderarse del feminismo en el país y incluirse cómo sea en el futuro Ministerio de la Igualdad. Lo que te digo son indicios de cosas, pero sería bueno investigar bien para poder afirmar algo más concreto.

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  5. Te dejo este video para que veas quién sale al final.

    https://piped.kavin.rocks/watch?v=YwNPyKePy6c

    Y para que busques el nombre de los honorables senadores que postularon al caballero a la orden esa. Por ejemplo, interesante el perfil de la señora Elsa Gladys, que se opuso a un informe sobre paramilitarismo de la Human Right Watch.

    Y cómo pregunta abierta a tu público y las mujeres: ¿de verdad le van a dejar el feminismo en Colombia a dos «señoras bien» oligarcas y a una plagiaria serial?

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  6. ¡Por los pelos de Cristo! Debo confesar que he tenido que meter mi cabeza al  congelador para  superar  el envión de energía que he tenido al leer las palabras de esta mujer brillante. Confieso que no conocía a la tal Fátima, y veo que me he perdido de las mieles de sus palabras llenas de sabiduría capilar, aunque me gustaría darle un par de datos, aunque suenen sumamente violentos, tan violentos como una cuchillada con la G de la Gillet, como en la canción de la Yatsury.  En fin, veo que esta mujer vive tan atormentada por los pelos incrustados y las vaginas de los novios y ex novios (me pareció un tanto pedófila ella, no sé, pero como es feminista, imagino que no, las feministas son todo bondad) que no importa un martirio más: Fátima querida, la tradición del afeitado no la inventamos las mujeres, puede ir por ahí a leer sobre el efecto negativo de las barbas congeladas en la respiración en la era de hielo, puedes leer sobre la importancia del afeitado en romanos, egipcios, etc., o puedes preguntarles a los ciclistas sobre las razones del depilado; en fin, la cuestión es que así como yo elijo todos los días antes de salir a correr, pasarme la cuchilla para ver mis piernas brillantes y de paso, no sentir fricción o tirones al correr, imagino que la pequeña Fátima podrá solita, sin necesidad de una columna, decirle no, al calvario de hacerse la cera. Pero no lo haces y además te victimizas por eso y acudes a la estrategia pendeja de pedir que hagamos un grupo, un movimiento, una cruzada anticuchillas. Pues claro, ante una supuesta imposición estética, la respuesta de las feministas de este país, es crear una nueva estética (insistir en lo mismo) y adoctrinar con textos compulsivos sobre la importancia de convertirse: ¡Amigas anticuchillas, muestren el pelo o las expulsamos! ¿Acaso aún usan brasier? …Vaga decir, no tienes el valor de cuestionar tu ser ante tan absurda obsesión y lo conviertes en la enfermedad de la época. Imagino a la mini Fátima (la pobre hija) veinte años después ante el pelotón de acuchillamiento o, ante las pelotas de su esposo, recordando la tarde en que la torpe madre la hace feminista a punta de colorados en las axilas y el bigote, imagino que mini Fátima, podrá lograrlo en un futuro y gracias a los cambios que se gestan hoy en revistas feministas con columnas sobre pelos, decirle no a la cera que le han enseñado a ponerse, no sé, tal vez ella se convierta en una traidora y se someta con la Yatsury Yamileth al poder de la Gillet… Espero que cuando eso suceda no estés viva, espero también que cuando tengas el valor de demandar a la señora de la farmacia  que te mete las cajas de cera para depilarse a la fuerza en el carrito de mercado, lo hagas y la veas pudrirse toda peluda en la celda, también espero que cuando finalmente vuelvas  a nacer como mujer cuquipelula, hippie vaginal, te pases por las páginas porno y busques una categoría: HAIRY, es decir peluda, y te brillarán los ojos al ver que con eso también hay fetiches… mmm no sé,  en todo caso espero que al menos una dosis de tu feminismo mediocre, de salón, sobreviva en la mente de tu hija y no se desvanezca ante tus evidentes contradicciones y falta de carácter. Te saco la Gillet mamá…para quitarte el pelo que tienes incrustado en el cerebro. ¡ Grítalo hermana! la culpa si era mía, el violador no es Gillete…

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