El casino como espacio de meditación

Soy jugadora de casino desde hace más de veinte años y soy tan ordenada para jugar como lo soy para caminar, leer, escribir, dormir, lavar la ropa a mano y vivir en general. Empecé a jugar por diversión y ahora que no hago nada es uno de los actos más serios que realizo y uno de los rituales que más disfruto porque conozco esos lugares como las señoras conocen la vida de la vecina y los hombres conocen las páginas porno aunque se declaren aliades feministos en las redes sociales.

Cuando estoy en el casino me siento en mi casa mágica llena de luces, música, mujeres sonrientes, enfermos y mendigos de todos los tipos. Un casino debe ser como una especie de prostíbulo sin pista de baile y sin mujeres para comprar.

Hoy llegué a la hora del almuerzo y como en los casinos son expertos en ofrecer cositas deliciosas para pegar a los enfermos y hacerles creer que no están enfermos, no son adictos y son ganadores natos perdí como siempre pero sentí que valió la pena la inversión porque todo estaba delicioso y no hay nada más satisfactorio que comer jugando y oyendo música dentro de una caja de colores donde los relojes están vetados igual que en los supermercados y en las discotecas y como no soy señora de relojes cuando llegué dije buenos días y me respondieron buenas tardes.

La peor droga es el juego y el sitio más apestoso es el casino. Me siento orgullosa de pilotear mejor el juego que el café, el cigarrillo y el alcohol, de ir siempre sola, de no mirar a nadie, no responder saludos ni hacer amigos. Me jacto de no haber conversado nunca con un sucio jugador.

La mayoría de los casinos son frecuentados por hombres destruidos que dejaron de importarme hace mucho tiempo; ahora juego concentrada en las imágenes que se mueven en el computador, disfruto mi café, la música, la amabilidad de las funcionarias que me conocen de toda la vida y mientras juego pasan por mi mente ideas y pensamientos que no aparecen mientras camino, mientras lavo la ropa deshilachada a mano, cuando bebo mi café, preparo la comida, veo sufrir a los vecinos desde mi ventana, juego a sostener la mirada con los gatos del vecindario, voy rumbo a una cita sin teléfono, leo un libro o escribo un post.

Acabo de llegar del casino y creo que lo que hace diferente la experiencia ahora y la convierte en algo místico es el hecho de que no me interesa ganar ni perder sino participar. Era diferente cuando trabajaba y jugaba porque como no me gusta el poder ni la plata ganar me hacía sentir culpable, tan culpable como me hacía sentir ver el saldo en el banco porque hacer lo que me gusta por plata siempre me produjo escalofrío.

Sospecho que hoy estuve a punto de iluminarme mientras jugaba y comía, me sentí en paz, satisfecha, orgullosa de la forma en que he vivido siempre, segura de que perder el tiempo no es perder el tiempo y vivir la vida como juego serio y pensar en ese juego mientras estoy jugando sin desear ganar le dieron a la experiencia de hoy un color especial que no le han dado a mi vida en los últimos años los animales ni las plantas, las nubes ni la lluvia, los amigos ni un buen polvo después de una agradable conversación sazonada con música y alcohol.

Desde hace seis meses estoy pensando que me gustaría darle un giro a mi vida: quiero ser una mezcla explosiva entre William Burroughs en su manera de concebir el amor (como la forma más estúpida y absurda de perder el tiempo y la dignidad) y Chavela Vargas después de haber renunciado al alcohol; tratar de vivir como una vieja bien vivida sin haber cumplido cincuenta y cinco años, retirarme para siempre de las experiencias amorosas y sexuales porque ya sé cómo terminan la cursilería y la acrobacia; ahora me divierte más hablar todos los días cara a cara con una persona diferente porque es un hecho que vender libros y entregarlos cara a cara puede ser más estimulante que enamorarse de un hombre como todos o de verle la cara cada semestre a 300 jóvenes que piensan y sienten más o menos igual, que hacen siempre las mismas preguntas, preguntas que conozco de memoria y no quiero volver a responder.

Autor: Elsy Rosas Crespo

Es más fácil si buscas mi nombre en Google.

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