Renunciar a la universidad como señal de dignidad

No tuve la fortuna de conocer al profesor Renán Vega Cantor de la Universidad Pedagógica Nacional en mi paso por ese claustro venido a menos y del que estuve a punto de escapar en varias ocasiones por el hacinamiento permanente, la suciedad que desespera y el consumo excesivo de marihuana. La pandemia me llevó a huir de la universidad pública y de la privada porque el descanso y la quietud son más seductores que seguir siendo complaciente con el negocio en que terminó convertida la educación superior en Colombia. El maestro está completamente desilusionado de la universidad pública, demos gracias a Dios que no conoció la privada.

La despedida del Profesor me la envió un estudiante de la Pedagógica que fue su discípulo y lamenta profundamente que el «feminismo» haya acabado con lo poco que quedaba de la Universidad. Me ha explicado en qué consiste el muro de la infamia y siente pena porque los mejores profesores se fueron o los hicieron renunciar; el mayor no debe tener cuarenta años y no es justo que los jóvenes sean educados por otros jóvenes recién graduados. El panorama no puede ser más desolador.

Es evidente que el profesor Renán, además de las fuentes que cita en su Despedida, está influido por las ideas de Chomsky y Fischer sobre la educación superior como empresa con ánimo de lucro como fin primordial, el mejor negocio neoliberal en el que desde la secretaria hasta el rector fingen que les importa la educación cuando lo que de verdad importa es el negocio, la corrupción y la burocracia.

Voy a destacar los fragmentos del texto que más me impactaron porque estoy segura de que el Profesor tiene razón y sé que ser profesor universitario a estas alturas de la miseria convierte al empleado del sistema educativo en cómplice del simulacro y la mediocridad:

Dice el profesor Renán Vega:

Mis investigaciones y artículos se sustentan en la convicción que la escritura es una necesidad vital, una forma de demostrar que, en medio de las miserias y penurias, existimos y luchamos… Rechazo la lógica del capitalismo académico de ver a la producción escrita como una simple mercancía y reivindico que las palabras nos deben ayudar a pensar, desentrañar y a enfrentar este turbulento mundo en que nos ha tocado vivir… Todas mis palabras y mis acciones se sustentan en un elemental precepto ético y cultural de índole socrático, que sintetizó de manera magistral el revolucionario italiano Antonio Gramsci: “Pensar bien, sea lo que sea que uno piense, y por tanto actuar bien, sea lo que sea que uno haga”…

Hoy digo adiós, de la misma forma en que llegué, con dignidad, decoro, con la frente en alto y en bus. Me queda la satisfacción de haber contribuido con todas mis fuerzas y energía a proporcionar instrumentos de reflexión a miles de estudiantes para que dudaran, preguntaran, cuestionaran, pensaran con cabeza propia, no tragaran entero, no creyeran que vivimos en el país más feliz del planeta y tuvieran una postura decente y ética como guía de su existencia docente y cotidiana… La academia terminó siendo una prisión, en la que ya no se piensa, ni reflexiona, una cárcel educativa y cultural, en la que no germina la inteligencia sino el conformismo, la resignación y la ignorancia que se cree ilustrada. Por desgracia, se ha hecho realidad nuevamente aquello que denunciaba José Carlos Mariátegui hace un siglo, cuando decía que estas universidades tienen un peor estigma que el analfabetismo, “tienen el estigma de la mediocridad”. Eso caracteriza a la UPN y a la totalidad de las universidad públicas de Colombia, y reproduce en nuestro país una tendencia mundial, un resultado elemental de haber convertido a la universidad en un despreciable nicho mercantil...

Me hastié de la mediocridad de la universidad de la ignorancia, de sus simulaciones y mentiras, de sus nuevas formas de censura, que pretenden certificar qué es conocimiento relevante (pretendidamente científico) y qué no lo es y a lo que se sale de sus cánones estrechos y restringidos lo denominan “literatura gris”, como todo lo que yo escribo. Hasta acá llego, porque considero que, la UPN ya se agotó como un proyecto educativo, cultural y político que tenga algún relieve para mí. Por eso, ya no vale la pena permanecer ni un minuto más en su interior, porque, además, existen formas mucho más interesantes de perder el tiempo.

Hoy abandono esta prisión, la de la universidad de la ignorancia y la mediocridad, y me reencuentro con la libertad intelectual. Sí, porque lo académico es lo opuesto al trabajo intelectual, prisionero como está de múltiples intereses privados, corporativos y mercantiles. Renuncio a la UPN porque la labor docente se ha convertido en un “trabajo de mierda”, según la acertada denominación del malogrado pensador anarquista y activista político David Graeber en el libro con ese mismo título, sí Trabajos de mierda. En la docencia ya no interesa ser buen profesor, ni ser responsable ni comprometido socialmente, ni preparar clases e impartirlas con decoro y altura, ni leer libros, ni estar actualizado sobre lo que pasa en el país y en el mundo, ni organizarse ni implicarse políticamente en defensa de lo público. A nuestro noble oficio lo convirtieron en un trabajo de mierda, porque se han impuesto en forma antidemocrática lógicas perversas, inútiles e innecesarias, tales como llenar formularios durante todo el semestre, formar parte de inanes comités, redactar informes para fantasmales instancias burocráticas que se archivan sin ser leídos, asistir obligados a reuniones insustanciales, cuantificar todo lo que se hace (publicaciones, clases, reuniones, informes) con fines de [des]acreditación… En el camino de mierdificación, unos pocos docentes se metamorfosearon en prósperos negociantes académicos que consiguen fondos económicos para sí y unas cuantas migajas para la universidad, se han transformado en turistas académicos que deambulan de aeropuerto en aeropuerto a la caza de cuanto estúpido seminario académico se organice en el que se discuten cosas tan trascendentales como el sexo de los ángeles… Esos pocos son los mismos que solo escriben para revistas indexadas y sobre todo si están en inglés, pues, of course, eso incremente los puntos salariales, aunque esas revistas no las lea nadie… 

En breve, la docencia como trabajo de mierda amplía la polarización y la segmentación de una vasta mayoría de proletariado académico que realiza las labores duras y mal remuneradas, sin ningún incentivo ni objetivo loable a la vista y al otro lado una minoría de mercachifles, cultores de la bibliometría y de los negocios, cuya razón de ser no es el saber ni el conocimiento sino la de recibir dinero hasta por suspirar, todo inscrito en la brutal y destructiva “cultura del puntismo”…

Renuncio a la UPN porque ya no soporto el cretinismo digital de aquellos (empezando por los estudiantes y los profesores) que andan pegados al celular, esa prótesis artificial que devino en una prolongación miserable de la mano, y rompe cualquier comunicación genuina y verdadera, la que se da cara a cara, sin intermediaciones tecnológicas. Los espacios académicos se han tornado insoportables ante la contaminación digital, en donde tiene más importancia una pantalla que un ser humano y los estudiantes están poseídos por la incontinencia (y la impertinencia) digital.  Deploro la estupidez tecnológica generalizada, en donde ya no hay espacio ni para la voz, ni para la escritura, ni corazón ni cabeza, sino puro estómago y emociones primarias… Y mucho menos puedo aceptar que a esa sumisión digital que se ha impuesto a la brava ‒porque detrás están los negociantes de cachivaches tecnológicos‒ se le aplique el epíteto de inteligente y se utilice sin vergüenza ese eufemismo del mundo contemporáneo de la supuesta “universidad inteligente”. No, la pretendida universidad inteligente es lo más mediocre e ignorante que puede existir. Además, hablar de inteligencia es un insulto al pensamiento y a la realidad, en medio de la precarización docente, de edificios destartalados que se caen a pedazos, de la tugurización del campus de la calle 72 y de ese galpón de casetas prefabricadas que se denomina Valmaria… Para que perder tiempo hablándole a estudiantes que parecen robots amaestrados, que viven pegados a sus celulares, como si la dura realidad externa no existiera ni les preocupara en lo más mínimo. Es mejor hablarles a las paredes externas, que abundan fuera de los enmohecidos muros de esta Universidad, con plena seguridad que vamos a ser escuchados sin disgustos, ni malos ratos… Los últimos barrotes de odio de la academia los ha colocado la corrección política y el fascismo de género, que se han apoderado de los espacios universitarios. Algunos y algunas intentaron encadenarme a este nuevo barrote de ignominia, simplemente porque me niego a seguir las estupideces de dicha corrección política, que pretende, nada más ni nada menos, censurar nuestro lenguaje, constreñir nuestra libertad de pensamiento y enterrar la libertad de cátedra. Estos nuevos censores, de diversos géneros, recurrieron a los mecanismos típicos de los mediocres, hipócritas e ineptos, esto es, a la calumnia, a la difamación a la censura, pensando que eso me iba a silenciar. Los que recurrieron a esos viles procedimientos, entre ellos profesores y profesoras del Departamento de Ciencias Sociales y de otros departamentos de la UPN, con los que me cruzaba todos los días en los pasillos y patios, los carcome la envidia destructiva, porque nunca pudieron aceptar mi seriedad, compromiso, autonomía, independencia, capacidad crítica y mi nivel de exigencia en todo lo que hago, y en primer lugar en los cursos que impartía y en los textos que escribo…

Con dignidad he afrontado un matoneo criminal ‒ese asesinato moral, acompañado de la política de la cancelación‒ emprendido contra mí por ser un profesor que no tolera la mediocridad ni la lambonería, por ser exigente y riguroso, por hablar claro y sin eufemismos, por mi compromiso político, por mi espíritu rebelde, crítico y contestario. Esto indica que, en la universidad de la ignorancia, en la que vivimos, no se puede ser exigente académicamente con los estudiantes de la generación de cristal (o “generación pulgarcita”), quienes están convencidos que usar el pulgar para chatear de día y de noche es un esfuerzo descomunal, por el que los debemos aplaudir, certificar los cursos sin ningún compromiso real con el saber y avalar la promoción automática para graduarlos. Lo más doloroso para mi es tener la certeza que de esa generación pulgarcita van a salir los “profesores” que van a “educar” a mis hijas. Ahora, tras recuperar mi libertad intelectual plenamente, sin embelecos académicos sobre normas de publicación, bibliometría, comités de acreditación, smartphones, cretinismo digital, corrección política y fascismo de género, seguiré haciendo las cosas que siempre he hecho en forma independiente y externa al ámbito universitario:  acompañar  a mis hijas, escribir, leer, publicar libros y ensayos, reflexionar sobre el país y el mundo, unirme a diversos sectores que mantienen la dignidad y el espíritu de lucha, sin las restricciones insoportables de la prisión académica.

Los temas centrales de la despedida están bien claros:

  • La educación es un negocio
  • Lo que menos importa es ser buen profesor
  • El feminismo estúpido tiene asaltada la universidad
  • Los profesores universitarios trabajan como quien está participando en un reality
  • Los teléfonos le han hecho todo el daño a los profesores y a los estudiantes
  • La mejor alternativa para un profesor comprometido es renunciar y volverse intelectual independiente
  • Decir la verdad y mostrar los problmeas no es ser pesimista
  • La universidad trata a todos los profesores como proveedores

Autor: Elsy Rosas Crespo

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